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Formas mágicas de retratar a las mujeres


Extraño y sorprendente libro es Inmaculadas (Muerde Muertos, 2010, 120 págs.), escrito y dibujado por Carlos Marcos. Extraño e interesante es su prólogo, en el que el autor (cervantino y cervantista de pura cepa) nos da su explicación de lo que ha buscado lograr con su libro, aunque sin cerrar las múltiples y posibles lecturas que nos regala. Allí habla un poco de la génesis de estas cincuenta mujeres, mujeres sin cuenta como dice, que se (nos) muestran desnudas. Desnudas en la piel y en la palabra. Desnudas por adentro y por afuera. Hay indudablemente algo de catálogo (del catálogo de las naves de la Ilíada), aunque el autor lo niegue, o una suerte de catálogo de ninfas, de féminas imposibles y reales a la vez. Hay enumeraciones y clasificaciones muy borgeanas (dos páginas enteras para intentar catalogarlas de manera contradictoria y poética), y una posible justificación de la organización narrativa (o de cómo ha sido “curada” esta exposición) de esas mujeres, organización que sigue la serie de Fibonacci y que en sus saltos numéricos nos da el espacio necesario para llenar esos espacios.

Formas mágicas de retratar a una mujer

“Historieta poético-erótica” la definió Tomás Bartoletti; “mixtorieta” la bautizó su propio autor; “novela (porno) gráfica” dirían quizás los defensores de la historieta en libro. Hay un origen pictórico en el libro, según relata el autor en el prólogo, y eso se nota en los logradísimos dibujos de Marcos, que tienen una profundidad y una textura que remiten a ese origen, a la vez que están contenidos en bordeadas siluetas que apuntan al dibujo de historieta más clásico. Cada mujer que se (re)presenta tiene dos páginas (impar y par) para presentarse. El movimiento básico del autor consiste en imaginar y dibujar a una mujer (que puede ser una mujer-sirena, una mujer-bicicleta, una mujer-fantasma, una mujer-tenedor, una mujer-gorda o una mujer-dragón) y mostrarnos a esa mujer en la primera página (impar) a través de un recorte: descompone esa imagen en una, dos o tres imágenes y la presenta completa o recompuesta en la página siguiente (par).
Cada mujer es autoconclusiva, como suele serlo una historieta corta. Pero la acumulación de recortes y de mujeres nos trae a su vez memoria de las anteriores, nos permite jugar a adivinar cuál sigue. Cada historia se encabeza con el título de Inmaculadas y con un número de la sucesión de Fibonacci, y el autor, ya desde el prólogo, coquetea con Magritte y podría tranquilamente agregar a cada imagen el texto “Esto no es una mujer”. Y eso sería mentira y sería verdad a la vez. También podríamos recurrir a la figura de Lichtenstein, que de una página de historieta recortaba una viñeta y la volvía un cuadro: aquí, Carlos Marcos transforma una pintura en un cuadrito de historieta, o en más de uno. (A los amantes de la pintura y la historieta les gustará visitar Período glaciar, de Nicolas de Crécy). Cada mujer se vuelve una historieta (una historia, también), y la estética de “cómic” está perfectamente lograda, si bien el autor confiesa que le costó mucho dibujarlas: desde la tipografía hasta la puesta en página, desde la distribución del texto en el espacio hasta la ubicación de las imágenes en las viñetas, “esto (no) es una historieta”. Las palabras y los dibujos, como en toda historieta cabal, guardan un sutil equilibrio, y son absolutamente complementarios: la segunda página es siempre una sorpresa, pero su fuerza no viene solamente de esa sorpresa, sino de lo que insinúan (y no tanto de lo que muestran). No hay globos de diálogo porque estas inmaculadas utilizan el recurso del “fluir de la conciencia”, y lo que tenemos entonces son básicamente los “caption” o cartuchos de texto. No lo hace esto menos historieta, claro: hay muchos lectores del noveno arte a los que les molesta la abundancia de texto, pero la historieta es eso, texto e imagen (en general, digamos). El texto, de alto vuelo poético y con una voz que hermana a todas las mujeres imaginadas y retratadas, se presenta a veces con forma de prosa, en anchos cuadros de texto, y otras, con la forma historietística de los cartuchos verticales, y entonces se aproxima a la forma clásica  del poema, de modo que leemos esas palabras como versos con cortes abruptos.

¿Antiheroidas?

Como en las Heroidas de Ovidio, pero vueltas a componer por un procaz e historietístico Catulo, un hombre les da voz a las mujeres… para hablar de los hombres. O de la intimidad con los hombres, en general. Cada inmaculada es un discurso poético interior que indaga sobre su naturaleza y sobre la naturaleza del otro, su amante, su hombre, su amor. Lo más importante de estas heroidas es que no importa tanto su calidad de heroínas (mitológicas) como su calidad de mujeres, pura y simplemente. Heroidas desmitificadas, con pocos reproches para hacer, pero con mucho para compartir, para mostrar. En muchos casos, para acercarse a esa intimidad de lo femenino, el autor recurre a intertextualidades: desfilan así alusiones al Quijote, al unicornio de Silvio Rodríguez, a las sirenas homéricas (con trasposición cinematográfica incluida), a la Biblia. Otra cuestión interesante, que el autor aclara en el prólogo y que yo vuelvo a aclarar ahora, es que hay una búsqueda para escapar a la representación misógina de la mujer, pero también a una representación idealizada. “Esas mujeres” son amadas y amables; pueden parecer monstruosas (la hibridez, característica de los monstruos, es su morfología natural), pero terminan siendo amadas porque son auténticas. Si alguno está tentado a leer estos retratos verbales o palabras pictóricas como misóginos o machistas, que se detenga ya. Si resulta que en algún momento aparece algo negativo, si puede leerse en algún punto un dejo de rechazo, es en verdad fascinación por lo femenino lo que está detrás de eso. Es complejidad y profundidad en el abordaje de un tema complejo y profundo.
Inmaculadas, de Carlos Marcos, es un poemario-historieta que va a encantar tanto a los amantes de los poemas como a los amantes de la historieta y, sobre todo, a los amantes de las mujeres.