Hace mucho frío cuando Artaud el Muerde Muertos es quien sopla | Manifiesto Artaud de Todo

Lo fantástico desde una mirada cotidiana

Reseña de Los fantasmas siempre tienen hambre, de José María Marcos (Muerde Muertos, 2010). Escribe: José María Franchino Arnaiz (*)

Este libro contiene once cuentos que exploran temas y conflictos diferentes, lo que hace de cada uno un pequeño universo autónomo. Su variedad argumental, desarrollada con un lenguaje cuidado y preciso, hacen de Los fantasmas siempre tienen hambre una obra muy original y recomendada, escrita desde una corriente de horror contemporáneo poco transitada en nuestro país.
Cada cuento comienza con una cita que prologa su espíritu. Todos tienen una sólida estructura, que le permite al autor mostrar las aristas más complejas y sórdidas del alma humana. En el cuento “Ceguera”, por ejemplo, un hombre recuerda su vida, en la que desde niño se ve perseguido por una suerte de doble, de parásito o de fantasma, al que bautiza con el nombre de su abuelo muerto. Eso no le impide convertirse en un eminente cirujano y alcanzar prestigio, a costa de nunca dejar traslucir su mirada sobre el mundo: “Porque los pensamientos —lo sé mejor que nadie— sólo existen para uno mismo”.
Uno de los grandes relatos del libro es “El Gordo”, donde un niño obeso debe enfrentar a un padre violento. La descripción de los personajes y las peripecias de la estremecedora historia, contada con imágenes impactantes, hace que uno quiera apurar su lectura para conocer cómo terminará aquel enfrentamiento. Los restantes relatos están inscriptos en la misma corriente que el autor maneja a la perfección, como ya lo había demostrado en su anterior novela, Recuerdos parásitos (quién alimenta a quién...), escrita junto a su hermano Carlos.
Otro hecho a destacar es que lo fantástico y lo raro se instalan desde lo cotidiano, muy por el contrario de los tradicionales cuentos de terror donde una vida normal se ve interrumpida por lo sobrenatural. Esto produce un efecto muy interesante al sugerir que la realidad misma contiene aquellas partículas y que sólo hace falta un pequeño movimiento para que se vuelvan perceptibles.
(*) La Palabra de Ezeiza, página 6, jueves 27 de enero de 2011.