He leído con enorme sorpresa y grandísimo placer esta novela. La implicación de Salamanca en una trama de asunto prodigioso no puede ser más afortunada. Es el sino de esta ciudad (Helmantiké, la llamaron los griegos, “tierra de adivinación”), en la que la Cueva de Salamanca, el mito cultural más ampliamente exportado desde Salamanca a las Américas, no es sino la punta del iceberg de la carga mágica que acompaña nuestra historia. Las referencias a la taumaturgia del patrono de la ciudad, o a la famosa Cueva, imprimen a Muerde muertos (quién alimenta a quién...) un aura de verosimilitud desde la perspectiva de un salmantino. Nada que objetar a la obra; antes bien, reconocer mi admiración. Sólo espero que los lectores sepan hallar la complicidad necesaria con la novela, a la que deseo larga vida.
Juan Francisco Blanco, filólogo
Director del Instituto de las Identidades (Diputación de Salamanca)
Salamanca, España