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La suprema negra | Renée Cuellar

La suprema negra | Retrato de la dibujante Renée la Negra Cuellar, artista irreverente y errante y personaje mítico de la contracultura porteña 

Por Inés Moguillantes | La Agenda de Buenos Aires2 de octubre de 2020

En un intento por aproximarse a acaso el más mítico personaje de la contracultura porteña, he aquí un retrato de Renée “la Negra” Cuellar, una artista tan irreverente como errante que supo encarnar como nadie los valores de una generación. “En un show (...) conoció a Renée Cuellar, la Negra Renée, insuperable dibujante. Marcia Schvartz ya lo había retratado, ahora faltaba la suprema Negra”, con esta descripción incluida en Te lo juro por Batato: biografía oral de Batato Barea (2001), Fernando Noy se sumaba a la infinita lista de testimonios que circulan en torno a la Negra, artista plástica de virtuosismo envidiable y figura ineludible del ámbito cultural porteño. Cuentan quienes la conocieron que, a la manera de un poeta maldito, un artista de vanguardia de principios del siglo XX o algún autor de la generación beat, ella vivió libre e intensamente, sin rendir cuentas ni seguir mandatos ajenos. Un andar escurridizo y esquivo, más adepto a los márgenes que a los centros, sumado al posterior retiro voluntario de la escena artístico-cultural en cierto momento de la década del noventa, llevaron a la fundación del mito, a alimentar la visión de la Negra como un personaje legendario, donde no sé sabe qué es real y qué es ficción, donde los interrogantes superan las certezas, donde escasean las precisiones y detalles pero abundan los relatos sobre una mujer que nunca se preocupó por afirmar ni desmentir.

Una joven Renée en el documental Opium, la Argentina beatnik.

En épocas de fuertes cuestionamientos a los cánones y de ingeniosas relecturas, tal vez merezca la pena no tanto emprender la búsqueda de las piezas faltantes para armar el rompecabezas (a fin de cuentas, una labor imposible), como aventurarse a observar con detenimiento los múltiples fragmentos, huir a lugares comunes y proponer nuevos enfoques. “Cuellar es una especie de enigma. Ella realiza una exposición individual en los sesenta y después su trabajo como artista entra en un cono de sombras. Esto, que parece tan extraño, no lo es tanto. Si revisamos catálogos de muestras colectivas, hallamos muchas veces esta participación episódica de las mujeres en el campo profesional. El abandono de la carrera artística más bien tradicional (exponiendo y vendiendo obras) puede vincularse con un sinnúmero de factores, muchos de los cuales afectan decisivamente a las mujeres. Por otro lado, Cuellar es la “pareja de”: este elemento la introduce en una serie de narrativas como personaje marginal, pero le quita toda personalidad propia porque la subsume en una historia que no es la propia sino la de Oscar Masotta. Este también es un elemento que la une con otras mujeres desplazadas”, explica la profesora e investigadora en historia del arte Georgina Gluzman, a propósito de la “situación” de Renée Cuellar en la historia plástica nacional. Su breve trayectoria en el mapa artístico local contrasta, sin embargo, con una prolongada intervención en la vida intelectual de Buenos Aires que comenzó a principios de los años sesenta y que dejó una profunda huella entre los artistas, poetas, escritores y pensadores que la trataron. Aunque comúnmente se la suela asociar con quien introdujo el psicoanálisis lacaniano en el país, ése fue tan sólo un capítulo de una historia con peso propio.
Nacida en Buenos Aires bajo el signo de escorpio, no se sabe a ciencia cierta el día y el año, aunque todo indicaría que fue hacia finales de los treinta, en octubre o noviembre. “Me dijo que tuvo los padres más dulces del mundo. Tenía un recuerdo maravilloso de su infancia. Ellos fueron quienes la incentivaron a dibujar”, cuenta del otro lado del teléfono Federico Barea, investigador y autor de Argentina Beat. Derivas literarias de los grupos Opium y Sunda (2016). Recabando fuentes para el libro, es que dio con el contacto de Renée, de quien se terminó haciendo muy amigo aunque admite que ya hace algún tiempo están distanciados. “Me contaba anécdotas de la época y después hablábamos de literatura, de política, de la vida. A los dos nos encantaba Thomas Bernhard. Nos pasábamos libros constantemente, de hecho, me regaló muchísimos”, recuerda. “Tomábamos vino y nos matábamos de risa. Es una persona con un humor, una gracia, súper divertida e inteligente. Es políticamente incorrecta, provocadora. Te ponés a hablar con ella y es un show. Pero era un juego donde ella ponía las reglas, estaba en todo su derecho siempre, se podía permitir cualquier cosa pero uno no“, agrega. De retorno a sus orígenes, tras una niñez de la cual no trascendió mucho más, llegarían, gran elipsis mediante, las épocas de juventud y de alumna en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, donde fue compañera de Rogelio Polesello. Luego de su egreso de la Academia (recorrido que a más de uno le sorprendía porque las actitudes disruptivas no suelen encajar bien con la formalidad de las aulas), comenzaría de lleno su incursión en los agitados sesentas, una década de creación artística, bares y experimentaciones varias. En este sentido, el film Tiro de gracia (1969) de Ricardo Becher, basado en el libro homónimo de Sergio Mulet (y que cuenta con la pequeña actuación de una veinteañera Susana Giménez), constituye a nivel antropológico un valioso registro de esa época en la que artistas plásticos del Instituto Di Tella, estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, poetas inconformistas y pioneros del rock nacional confluían en reductos bohemios como el Bar Moderno, el café La Paz y el antro jazzero-rockero La Cueva. El protagonismo de Cuellar en aquella zona de efervescencia contracultural era tal, que Bulet se inspiró en ella para crear a uno de los personajes (no sería ni el primero ni el último en hacerla partícipe de una obra o bien, dedicársela, cosa que hicieron, entre tantos, Masotta, Alejandra Pizarnik, Ricardo Piglia, Osvaldo Lamborghini y Alberto Laiseca). Por retratarla, no obstante, se ganó su furioso disgusto. “Lo odiaba por como la había personificado. Siempre decía que tendría que haber hecho un juicio por difamación. No es una persona con vergüenza, pero sí discreta, no le gusta estar en boca de nadie”, asegura Barea.
Aquellos años coincidirían con el período de mayor exhibición de su producción estética original. Corría el año sesenta y cinco cuando en el mes de mayo inauguraba su primera muestra individual de dibujos en la Galería Lirolay mientras que en los años que siguieron participó de dos exposiciones grupales: en 1966 en la Galería Van Riel donde protestó junto con numerosos artistas como León Ferrari, Pablo Suárez, Rómulo Macció, Marta Minujín y Jorge De La Vega contra la Guerra de Vietnam; y en 1967, a días del fusilamiento de “Ernesto Che” Guevara, formó parte de un homenaje colectivo en la Galería Vignes. “Una explícita referencia al Che en la obra de Cuellar provocó que la muestra se clausurara al día siguiente de su inauguración“, señala sobre aquella intervención artística la especialista Ana Longoni en su libro Vanguardia y revolución. Arte e izquierdas en la Argentina de los sesenta-setenta (2014). Asimismo, colaboró con el arte de tapa de los libros De los hechos a la poesía (1963) de Halma Cristina Perry, y De ufos y veredas (1966) de Juana Ciesler. Por estos tiempos también habría comenzado su accionar en el submundo de la falsificación de obras de arte, acaso su mayor batacazo contra el orden dominante. “Una bella artista cuya capacidad para ‘crear’ obras de diversos pintores era legendaria”, la describió alguna vez el escritor y psicoanalista Germán García en una nota publicada en el diario Página 12. Su tan presunta como incomprobable faceta de falsificadora, que en buena medida contribuyó a instaurar el mito alrededor de su figura, es la que toma la autora María Gainza en su novela La luz negra (2018) para construir una intriga que, sin dejar de pertenecer al ámbito de la ficción, se apoya en elementos verídicos: personajes, historias, situaciones y lugares (como el Hotel Melancólico, por ejemplo).
Pasados los convulsionados sesentas y setentas (que incluyeron algunos viajes a El Bolsón, tierra del hippismo en Argentina), Renée se vinculó con la movida underground, irreverente y vital que reinaba tras el renacer democrático, cuyo epicentro era fundamentalmente el Parakultural pero también espacios como Cemento, el Teatro La Fábula y el mencionado Babilonia. Al llegar los noventa, llegó también una nueva espiral de elipsis: la Negra se fue retirando de la escena, alcanzando por fin el tan deseado anonimato en un barrio residencial, alejado del centro de la ciudad, a la vez que privaba a las noches porteñas de su extravagante magnetismo. “Cuando sacamos el libro fue la última vez que la vi, tomamos champagne, estaba chocha”, rememora Carlos Marcos, fundador y co-director junto con su hermano José María, de la editorial independiente Muerde Muertos. Se refiere a Strip-tease: traducción visual (2017), que editaron para rendir homenaje a la novela de Enrique Medina publicada en 1976, que contó con la colaboración de cuarenta artistas para cifrar cada uno de los capítulos. “Cuando nos reunimos con Enrique para contarle del proyecto, él nos nombró algunos ilustradores, entre ellos, Renée. Y nos contó que luego de que en plena dictadura le prohibieran el libro, ella se había presentado en su casa, sin conocerlo. Como el libro le había impactado tanto, dijo, le regalaba unos dibujos y unas plantitas”, evoca un relato que, valga la cursilería, si existiera un baúl para guardar las narraciones más conmovedoras, de seguro allí estaría. “Le conté la historia que me había relatado Enrique, se acordaba. Después, cuando salió el libro, le llevé un ejemplar firmado por él, con una dedicatoria extensa en la hoja de cortesía. De algún modo, para los dos cerraba el ciclo”, observa para luego resaltar cuan significativo fue para la editorial hacerse de un dibujo de una artista cuya obra personal apenas subsiste.
Mucha agua ha corrido bajo el puente y Renée Cuellar se erige como uno de los pocos vestigios vivos de una generación. “Una vida con unos principios de otra época, llevados al extremo total. Seguía convencida de que el sistema no la iba a cambiar”, reflexiona Marcos sobre la Negra, tan libre como hipnótica y que, pese a su deseo de permanecer en las sombras, inevitablemente se sitúa, cual criatura mitológica, entre lo más alto del imaginario popular.

INÉS MOGUILLANES. Inés Moguillanes es Licenciada en Artes Combinadas por la UBA y colaboradora en la sección cultural de Revista Acción. También ha colaborado en Revista Brando, Infobae Cultura y Vuenoz. En Twitter es @gord_ine