Reseña a Mujer deshabitada (Muerde Muertos, 2019) de Maria Sola | Por Adriana Santa Cruz para Leedor | Domingo 3 noviembre de 2019
Los cuentos de María Sola toman lo real y lo quiebran desde el inicio mismo de cada historia. No hay como en Julio Cortázar una puerta o pasaje de lo real a lo fantástico, y menos atmósferas que se va enrareciendo a la manera de Edgar Allan Poe: aquí el quiebre constituye el mundo cotidiano que habitan o “deshabitan” los personajes. Como en los cuentos de hadas, cualquier cosa es posible: metamorfosis, animalizaciones, seres que levitan, y todo sin perder la verosimilitud, justamente porque los lectores aceptamos de inmediato las reglas del juego que nos propone la autora.
Dividido en seis partes, el libro trabaja en torno a la corporalidad y todo lo que de ella se deriva: hombres y mujeres que se despojan de su piel, animales que se humanizan, personajes que disminuyen su tamaño o que intercambian sus manos son diferentes formas de habitar el propio cuerpo que siempre implica un extrañamiento, un alejarse de uno mismo o verse desde afuera. Lo ajeno, lo otro —tan típicos de la literatura fantástica— dialogan con ese habitar y deshabitar el cuerpo, como pasa con la protagonista del cuento que da nombre al libro, quien comienza a desaparecer mientras su mucama muda tira de un hilo y la va “destejiendo”.
El cuerpo también puede ser blanco de la violencia de género como en “Nafta” o víctima de sucesivas violaciones como en “Azul”. Tampoco faltan los celos o el deseo de posesión como en “Los ningunos”, o el cuerpo en función de la maternidad como en “Última estación”. En todos los casos, lo siniestro tiñe el comportamiento de los personajes y su relación con los otros. Lo anterior, a su vez, se conecta con el tema de la locura que está presente en los protagonistas en mayor o menor medida, y que colabora para que nosotros los lectores dudemos acerca de lo que pasa, como si algunos relatos fueran solo posibles en tanto producto de una mente que desvaría. Sin embargo, explicar lo que sucede a partir de la locura le quitaría a los cuentos su carácter fantástico: es esta una manera más de provocar ese quiebre de la realidad del que hablaba al comienzo.
María Sola, entonces, no solo desata la duda o la incertidumbre en el lector, sino también en los personajes que nunca tienen una percepción acabada de lo que los rodea: “No logro ver a través del viento y la tierra. ¿Dónde cuernos vine a parar?”, dice la protagonista de “Última estación”. Por supuesto, los finales abiertos y abruptos nos llenan de desconcierto a la vez que nos sorprenden.
Más allá de lo anterior, los cuentos adquieren profundidad a través de la interdiscursividad o la intertextualidad. Toda la primera parte es un diálogo con la pintura y la música, a la vez que remite a otros textos literarios como Las mil y una noches (“Sherezade”) o el cuento de Julio Cortázar “Continuidad de los parques” (“El dibujo”). No faltan, además, las alusiones a Alicia en el País de las Maravillas a partir de los personajes que disminuyen su tamaño (“Año sabático”), aunque el libro de Lewis Carroll está presente en más de un relato.
Mujer deshabitada está acompañado de reproducciones de dibujos y cuadros de la autora que duplican el efecto fantástico, pero también abren los textos a nuevas interpretaciones donde lo extraño crece en cada página.
Mujer deshabitada, María Sola, Muerde Muertos, 2019, 240 páginas. María Sola es pintora y escritora. Asistió al taller de Antonio Di Benedetto y al de Alberto Laiseca, a quien le dedica este libro.