Parte del volumen está contaminado por el horror que exhuma la frialdad y la hostilidad de los reptiles, sobrevivientes natos a las destrucciones masivas. El libro podría definirse como bestiario, donde lo monstruoso es la contracara de otras monstruosidades, mejor camufladas y más letales, que componen la humanidad. En algunos monstruos, sus actos son más reflejos defensivos que agresiones, como las plantas que nacen tras la caída de un meteorito, los geckos que exigen ser adorados a través de complejos rituales, las aguavivas que alistan a un hombree para que las rescaten de la orilla del mar (quien afirma que “con la oscuridad se convierte en agua”) o los anfibios que adoptan una engañosa apariencia humana mientras aguardan su metamorfosis. Pero cuando el enemigo es humano, sus actos son tan viles que se emparentan con la sierpe que frecuentaba el paraíso de Adán y Eva. Y cuando los cuentos abandonan la fantasía y se resguardan en el realismo, la monstruosidad de nuestra especie no necesita de afeites narrativos para esbozar el espanto. El fuerte de esta antología está puesto en las imágenes que plasma García con la eficacia de una aguafuerte goyesca. Entre lo grotesco y lo infernal.
Este volumen de cuentos denuncia, haciendo un uso brillante del género fantástico, la pérdida de las mejores cualidades que nos definen como seres humanos. Algo que, en el pasado, nos hizo creer superiores al reino animal. García tiene muy claro cuál es el antídoto imprescindible para estos males al hacerle decir a uno de sus personajes que “la humanidad necesitaba con urgencia pandemias, asteroides o una mutación brusca”.