Lucas Berruezo con La lengua de los geckos. |
A ese fantástico biológico que antes mencionaba y que nos pone cara a cara con animales en apariencia inofensivos (pero que esconden una realidad peligrosa), con plantas llegadas del espacio exterior que amenazan con transformar a la humanidad; a ese horror cósmico lleno de dioses marinos que esperan en las profundidades del mar, de seres herederos de quién sabe qué razas antiguas y qué religiones olvidadas se suman personajes humanos (dolorosamente humanos) que arrastran su soledad, su desubicación y su exclusión social hasta el punto de hacernos dudar de quiénes son los verdaderos monstruos: si aquellos que provienen de realidades ajenas al mundo que conocemos o éstos que muestran cómo la realidad de nuestro mundo es, por indiferente, monstruosa. Pero no sólo quiero hablarles del mundo (o de los mundos) dentro de La lengua de los geckos. También quiero hablarles del mundo que está afuera del libro, éste que tenemos al alcance de nuestras manos, lleno de distracciones y de vértigo, con personas que quieren ahora mismo lo que en realidad no desean y siempre se esfuerzan por llegar lo antes posible a donde no quieren ir. Quiero hablar de lo que La lengua de los geckos hace con este mundo. Y lo que hace es ponerlo en pausa. No es casual que la presentación se haga, justamente, un día de paro nacional(1). Mientras La lengua de los geckos está presente, el mundo desaparece. Y esto, muchos de ustedes estarán de acuerdo conmigo, es algo verdaderamente inusual. En relación con esto, tengo que admitir que cada vez me cuesta más mantener una lectura continua y sostenida sin tomarme pequeñas pausas para revisar el celular, hacerme un café o ir al baño. Cuando me impongo leer durante más de media hora seguida, no es más que eso, una imposición que tengo que mantener a fuerza de esfuerzo y autocontrol. Mi atención, antaño férrea, ahora necesita de esos lapsus recreativos. Y esto no solo con la literatura. Antes, me acuerdo que las publicidades en medio de una película eran tomadas como una ofensa propia de un sistema capitalista decadente; ahora, por el contrario, las pausas son esperadas con ansiedad y, cuando no llegan, las inventamos nosotros con el control remoto. Ahora bien, nada de esto tiene sentido cuando hablamos de La lengua de los geckos. Lo que me pasó con este conjunto de cuentos es que, cuando empezaba a leer, todo el resto desaparecía. Las páginas pasaban una detrás de otra sin que me diera cuenta y, cuando un relato terminaba, me sorprendía no sólo la cantidad de hojas que no había advertido, sino los minutos (que se contaban por decenas) que se habían deslizado por una fractura digna de una de las historias de este libro. Esto es, sin lugar a dudas, algo para destacar. Son pocas las historias que detienen al mundo. La lengua de los geckos está lleno de ellas. Bueno, cierro con unas simples palabras de recomendación: lean La lengua de los geckos de Fabián García. Como ocurre siempre con los libros de Muerde Muertos, se embarcarán en un viaje con pesadillas aseguradas. Gracias.
(1) En efecto, la presentación se realizó el 30 de abril de 2019: día de paro nacional.