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Medina y Marcos en los 70. |
El escritor Enrique Medina despide al artista plástico Jesús Marcos.
Escribe: Enrique Medina. El domingo 21 de octubre, en la madrugada de la ciudad de Buenos Aires, acaba de morir a los 80 años el pintor Jesús Marcos (1938-2018). Era tan argentino como la medialuna con dulce de leche, pero había nacido en Salamanca, lo que nada agrega pero hay que decirlo. Sus inclinaciones artísticas lo llevaron desde muy joven, a ingresar en la Escuela de Artes y Oficios donde aprende a tallar madera y trabajar el metal. Ya artesano, en los 50 viaja a la Argentina. Tiene quince años y recala en Bahía Blanca. Allí estudia en la Escuela de Bellas Artes. Gana su “Primer Premio de Dibujo”, en el Salón Regional de esa ciudad. El presidente del jurado era Juan Carlos Castagnino, quien lo estimula a viajar a la Capital Federal. Jesús Marcos se anima y en los 60 está viviendo en los talleres de un conventillo del barrio de la Boca. En ese taller, también buscan su destino en el arte los hermanos Cedrón, el Tata en la música, Alberto en la pintura, y el menor, “el tigre”, en el cine. Fue un tiempo de mucho aprendizaje y demasiado bohemia, pero a la larga todo suma. Trabaja en el taller de Castagnino y este lo recomienda a Berni, con quien colabora en los murales. Castagnino decide dejar de conducir su taller y lo llama a Marcos para que lo dirija. Marcos se hace cargo, y luego de unos años decide volar a México. Con una carta de recomendación del mismo Castagnino visita a Siqueiros. Ante la posibilidad de continuar volando o aceptar la invitación del mexicano para quedarse a trabajar en una serie de murales, Marcos decide mal y prefiere lo incierto, algo de lo que siempre se arrepintió. De todas maneras trabajó con entusiasmo y por méritos propios expuso con buena repercusión en el Distrito Federal y en Guatemala. El poeta León Felipe adquiere uno de sus cuadros y hace amistad con él. El pintor se dedica a estudiar las culturas primitivas. Cuando sus alas se inquietan vuela a Nueva York. Es su período de creatividad desmesurada, mucho jipismo, mucho jazz, muchas manifestaciones por Vietnam. Todo ello conforma el rico material de sus collages de esa época. Nuevamente las alas se ponen exigentes y decide saltar a París para visitar a su primo-hermano Alejandro, también pintor con iguales sueños. Misma historia: mucho barullo en cuevas de jazz donde hace amistad con el clarinetista Claude Luter (que años después actuaría en el teatro Ópera de Buenos Aires). Y por si el barullo fuera poco surgen las revueltas de “Mayo del 68”. Todo aguijonea para bien y ello le permite desarrollar magistralmente el grabado. Trabaja bien en Francia, pero al sentir que sus alas nuevamente le exigen partir, se detiene a pensar seriamente en un sitio propicio para desarrollar, de una buena vez, su potencial artístico, y concluye que Buenos Aires es su destino definitivo. Esta vez la elección es correcta y regresa en 1973. Jesús Marcos trabaja con intensidad y expone con éxito. Su pintura, prolija y diáfana, es concluyente para público y crítica. De él escribió Rafael Squirru: “Marcos es ya un artista instalado en su propio estilo, dueño de una solvencia no cuestionable respecto del empleo de los medios. Pinta al óleo, dibuja y graba con igual soltura. Su arte es generoso como su persona, no escatima esfuerzos para brindarnos todo lo que sabe, todo aquello de lo que es capaz. Su presencia en nuestro ambiente es una influencia benefactora y nos congratulamos que su espíritu andariego haya recalado en esta extraña ciudad junto al río, tan extraña y tan sugestiva como los son, en otro orden de realidades, sus propias pinturas. Jesús Marcos es un artista completo para sensibilidades que no temen la integridad”. Raúl Santana expresó: “Marcos tiene un fuerte impulso hacia lo real; al extremo de que en su pintura, las representaciones si bien parecen fragmentadas, esos fragmentos están elaborados pictóricamente —y dentro de las leyes del plano— con un grado de fidelidad a lo denotado, verdaderamente objetivo. Es decir, no somete los objetos a una subjetividad que los estilice; lo que aquí ha sido sometido a su fuerte subjetividad, es el espacio virtual del cuadro”. Albino Diéguez Videla afirmó: “Jesús Marcos es un pintor admirable, más de una vez lo hemos manifestado así y hay que reiterarlo ahora con motivo de su nueva muestra. Esta es una de las más cumplidamente felices para caracterizar el siglo que termina, porque a través de figuras circenses este artista logra metáforas de enorme impacto, que más allá de él permiten un múltiple desarrollo metafórico. Dueño de una técnica perfecta, Marcos moldea los cuerpos a su antojo —tal como lo está haciendo con los nuestros la Historia— y en el humano rompecabezas estético, se presiente la angustia, solo que atemperada por la belleza de los soportes de exquisito cromatismo”. Romualdo Bruguetti escribió en Nueva Historia de la Pintura y la Escultura en la Argentina: “Paquetes, botas, tazas, panes, copas, muñecos integran su temática. El dibujo, el claroscuro, el plano, el volumen y el color se ven sometidos al rigor espacial. Marcos se expresa con claridad. Estructura con inteligencia los elementos del cuadro, dotándolos de una dosis de subjetivismo y de onirismo”. Jesús Marcos también fue director de muchas galerías de arte de primera fila y, entre otras cosas, gran amigo. En 1976 hizo la tapa de la primera edición de mi novela
El Duke; su nombre no figuraba en portadillas porque no era un tiempo que permitiera ventilar nombres al descuido. Pero en la última edición de la novela sí está la tapa aquella con su nombre junto al prólogo que escribieron sus sobrinos Carlos y José María Marcos, directores de la editorial Muerde Muertos. Sí, todo en familia. Gracias por tu buena amistad, querido Jesús Marcos. Un fuerte abrazo.
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Enrique Medina y Jesús Marcos en la Feria del Libro de Buenos Aires 2018. |