Por Enrique Medina, Página/12, 10 de septiembre de 2018
En su compu, Proust termina de escribir su nota semanal para el diario en el que trabaja. Antes de apagarla revisa el correo. Encuentra un mensaje de André Gide. No lo puede creer. ¡El mismo maldito Gide que rechazó mi obra!... ¡Sí, el mismo hdp! Más que sorprendido, Proust lee: “Desde hace varios días no abandono su obra; me llena de deleite, me sumerjo en sus páginas ¡Ay de mí! ¿Por qué me resulta tan doloroso amarlo tanto?... Haber rechazado este libro quedará para siempre como el más grave error cometido en mi vida, tengo una tristeza inmensa y uno de los remordimientos más dolorosos de mi vida. Yo me había hecho de usted una imagen equivocada después de unos pocos encuentros que tuvimos ‘en sociedad’, y que se remontan a hace montones de años. Lo creí un ‘snob’, un mundano diletante. Entonces no tuve a disposición sino uno de los cuadernos de su obra, el cual abrí con mano distraída, y la mala suerte quiso que mi atención no fuera la adecuada. Pero hoy, mi querido Marcel, le confieso que ya no me basta con amar este libro, percibo que siento por él y por usted mismo una especie de afecto, de admiración, de predilección muy singular. No puedo seguir... Tengo demasiados remordimientos, demasiados dolores. Por eso le propongo un encuentro para aggiornar su En busca del tiempo perdido. En la editorial están entusiasmadísimos con la idea de actualizar su obra… Suyo…”. Proust bebe el resto de café. Tose. Los médicos le han jurado que su salud mejorará con la nueva medicina traída desde China. Si es así, su vida podría dar un vuelco fundamental sumándole la reimpresión de su obra, aggiornada, como promete Gide. ¡Sí, la salud mejorará y su obra engalanará las vidrieras de todas las librerías! Responde el mail aceptando la propuesta. Cena. Se acuesta y duerme. Sueña que al otro día, empilchado como para recibir el gran Premio Nobel, presto, acude a la cita. Gide, con una sonrisa de canoa, lo abraza y besa agradeciéndole el perdón. Proust le dice que no parece que hubieran pasado los años, verte sin anteojos me resulta extraño, ¿no eras más bajo?, te ves raro dentro de esos pantalones vaqueros. Gide le dice que así es, que hay que estar en onda, donde fueres has lo que vieres, y vos che, ese corbatón con pinche, no sé, deberías ponértelo para las fiestas de fin de año. Proust acaricia el corbatón, es que además me abriga el cuello. Podrías ponerte un pañuelo, aunque sean esos de florcitas que usabas entonces. Gide, algo eufórico, va al grano, le da palmaditas en los cachetes como a un hijito bueno y le promete hacerlo “best-seller”. Estarás primero en todas las listas. Haremos tiradas en rústica, en pocket, y también ediciones encuadernadas con piel de tigre y león y hasta de elefante, por supuesto todo en símil, porque si no los ecologistas y ambientalistas nos rompen el tuje, además sale más barato. Ya tenemos apalabrados a los ilustradores más famosos para hacer ediciones como las del Quijote y la Divina Comedia por Gustave Doré, o el Martín Fierro por Juan Carlos Castagnino; o podés hacer tus propias ilustraciones como hizo Saint Exupery. Aparecerás en los diarios, las radios, la televisión ¡Tenemos espacios reservados en los programas de chimentos de la tarde! Estarás con artistas de cine, con políticos y travestis, con personajes de la farándula, con deportistas, botineras y gatos y también en programas de preguntas y respuestas, no sabés la que te espera… Proust abre los ojos: ¿qué querés decir con eso de que no sé la que me espera?... Gide lo calma, es un decir, no te preocupes. Y ahora sí, pongamos la punta de la flecha en su centro: hay un equipo de correctores que ya está aggiornando tu obra. La queremos lanzar con la potencia de un Mario Puzzo o un Don King, ah, no, ¡Stephen King!, qué digo, aunque no hay que alejar ninguna posibilidad, así como Norman Mailer escribió sobre Marilyn Monroe y Muhammad Alí, vos podés escribir sobre Messi, o el narcotraficante de turno, y después se hace la serie de televisión y la vendemos en todo el planeta… Me gusta ver tu rostro tan concentrado en lo que te digo. Se ve que me copiás bien. Sos un ícono, ¿sí?, indiscutible, ¿y cuál es ese ícono que te representa, que te sintetiza?... Proust, no sólo tiene abiertos los ojos, también la boca se le amplía, hasta los nicotizados bigotes se le han desparramado como huracán en el Sahara, así que apenas si alcanza a balbucear: no tengo ni la más puta idea… Gide sonríe y chasquea los dedos. Inesperadamente suena una fanfarria a todo volumen y un grupo de bailarines se ordena dejando un camino libre desde el mostrador hasta la mesa en la que ellos están. Otro chasquido de dedos de Gide, y una procesión de mozos trae en alto bandejas con campanas doradas con una “M” y con doble “CC” mayúsculas en relieve que depositan en las mesas. Vuelve a sonar la fanfarria, y al mismo tiempo matracas, pitos y el olé-olé ineludible. Gide chasquea los dedos. Ta-tá, ta-táaaannn, tararea Gide, y levanta dos campanas doradas dejando al descubierto una hermosa y brutal hamburguesa en una fuente, y en la otra una muy colorada gaseosa. Proust mira a Gide interrogándolo en silencio para que le explique lo que está pasando. Gide, no pudiendo aceptar que su amigo no entienda el significado del acontecimiento, algo grosero, pero sin quererlo, porque realmente admira al genial escritor, pone el punto sobre la i: ¡Este es tu ícono para aggionarte, caro-ragazzo!... ¡¿Cómo no te das cuenta, che?!... Si tu síntesis literaria fue esa “magdalena”, es decir esa medialuna burguesa remojada en un té importado de Las Indias que te llevó a recordar tu infancia inspirándote los siete tomos de tu obra maestra, aggiornarla significa que ahora deberás comerte esta hamburguesa de Mc Donald empujándola con una Coca-Cola bien helada, y así tu genio nos explicará, con tu estilo pausado, de oraciones amplias y acaracoladas, el gran quilombo de esta vida en la que siempre estamos como las tortuguitas huyendo hacia el mar antes de que nos agarren al vuelo las angurrientas gaviotas… Gide ríe y levanta ambos pulgares… Transpirado, Proust despierta jadeante. ¡Qué horrible pesadilla! Cierra los ojos y gira la cabeza sobre la almohada, repite mentalmente sus cinco nombres: Valentin Louis Georges Eugéne Marcel; sí, soy yo y aún sigo vivo, seguramente la medicina china me provocó desórdenes en el estómago, o el vino me ha dado un patadón fenomenal en el hígado; tengo fiebre; ¿Dios, veré reeditada mi obra?; ¡y pensar que los dos primeros tomos tuve que pagarlos yo!… Esta bronquitis me tiene mal, me siento pequeño, como cuando a los nueve años casi muero en los Bosques de Boulogne debido al polen de las flores primaverales; ¿cuánto hace que estoy recluido en esta casa, un mes, dos?; me duele el pecho; me falta aire, no respiro bien; oh, Dios, dame fuerzas, no me lleves hasta que mi obra esté completamente publicada, sólo eso te pido, te lo suplico…