Reseña de Manual sadomasoporno (ex tractat), de Alberto Laiseca (Muerde Muertos, 2017). Por Miguel Sardegna, viernes 10 de agosto 2018, revista Solo Tempestad
El Manual sadomasoporno (ex tractat) de Alberto Laiseca (1941-2016) es un puntilloso recetario de técnicas sádicas y masoquistas en el que conviven refranes, aforismos y consejos didácticos de viejo vizcacha. Hay algo pantagruélico en este libro atípico, la incomodidad del humor negro y del desparpajo. Leemos cosas como “La morgue no es tan mal lugar como se dice. Hay muchas chicas desnudas” o “Las gorditas petisas, tetonas y débiles de voluntad me parecen las ideales”.
Entre más frases sueltas, sentencias y apologías, se nos instruye sobre la utilidad de un cuerpo supliciado. Un cuerpo de mujer, claro. Con advertencias precisas y una preceptiva férrea, rememorando a Foucault y el poder sobre los cuerpos de Vigilar y castigar, Lai nos enseña a conseguir novia para siempre. El truco es hacernos de una Virgen de Nüremberg: ese artefacto hueco y lleno de pinchos, con forma de mujer. Yo lo conocía con el nombre de doncella de hierro: Iron Maiden. Hay que encerrar ahí a la candidata. Lai habla de secuencias de tres: Dejarla tres días adentro y tres días afuera, hasta convencerla. Nosotros, aspirantes a novios eternos, debemos aguantar, sobre todo aguantar. Dice Lai, con la sabiduría de un Yoda sadomasoporno: “No te la tenés que coger. Y digo más: ni siquiera acariciarle las tetas, aunque te mueras de ganas. Ya vamos a llegar a todo. No seas impaciente”.
Aparecen también dos finales alternativos para “Berenice”, de Edgar Allan Poe. ¿Se acuerdan de esa historia? Un entierro prematuro, una muerta que no está muerta. Lai le agrega un regreso al sepulcro, la exhumación del cuerpo, la profanación del falso cadáver. Suena tétrico, pero Lai consigue hacerlo burlesco. Si participamos de su humor delirante. Porque en este punto ya debe haber quedado claro: a Lai se lo toma o se lo deja. Se entra en su juego, o se escapa espantado.
No creo que sea justo hacer una lectura coyuntural del arte. Pero, por otro lado, ¿cómo no hacerlo? ¿Cómo lograr evadirnos de este tiempo de militancia y conquista de derechos y cambio de paradigma? Quizás ahí, en esa tensión, resida una las potencias de este manual tan políticamente incorrecto. Porque sale indemne. O mejor: sale resignificado. Enseña que todavía es posible tensar los límites y provocar una sonrisa culposa.
También hay lugar para la divulgación científica en el sadomasoporno, potenciando nuestra perplejidad. Damos vuelta una página y nos encontramos con opiniones (dieciséis, para ser exactos; a Lai le hubiera gustado que seamos precisos) sobre física, matemática, arqueología. En fin, sobre preocupaciones que nada tienen que ver con asuntos tan trascendentes como “los centros gravitatorios de la pasión oscura”, “los lugares imperiales” o el modo correcto de aplicar cosquillas. Subrayé el instructivo sobre las cosquillas, no me lo puedo sacar de la cabeza. Dice: “Nunca procedas como un maldito japonés o un coreano bárbaro. Recuerda en todo momento que tú eres un caballero chino”. China, no Japón. Prometo intentarlo. Pero hablaba de aquel pasaje con dieciséis opiniones, tan parecido a una columna de Asimov en la revista Muy Interesante, con notas sobre agujeros negros destruyendo el helio sobrante del universo, o la denuncia de que solo queda petróleo para unos cincuenta años (en 2007). La explicación de esta excentricidad es irreprochable: lo puse acá porque no tenía donde ponerlo, dice Lai. Quiero dejar asentado que no salteé un solo renglón.
Un comentario sobre la edición. La editorial Muerde Muertos consiguió dar vida al sueño de cualquier fetichista. El trabajo de diagramación, salteado de tipografías especiales y de ilustraciones indiscretas y exuberantes, es una delicia. Se trata de un libro para atesorar.
Le escuché decir a Lai en una entrevista que estaba preocupado por la supervivencia de su obra porque no había sido traducida al inglés. Se refería a Los sorias, esa novela monumental elogiada por Piglia. Ojalá Lai sepa, donde quiera que esté, entre tetas y cerveza (estoy seguro de que ahí hay tetas y cerveza), que su inmortalidad está asegurada gracias a sus alumnos. A algunos de ellos, que hoy desarrollan su propia obra y andan su propio camino, les debemos este libro. Hay un doble legado con Lai: sus libros y sus discípulos.