Reseña de Viaje al principio de la noche (Muerde Muertos, 2018), de Alejandra Tenaglia | Por Julieta Nardone para Periódico El Observador | Diciembre, 2017 | Email: julietanardone@gmail.com
Esta vez, como ya sospecharán, la propuesta es un desafío. La autora, conocida por todos nosotros en su labor de cronista y directora de este periódico, nos lleva hacia las tierras movedizas de la literatura para poner en jaque constante al lenguaje cotidiano. Es hora de representar lo irrepresentable. Decir lo indecible. Sin renunciar, de ningún modo, a la palabra.
Esta primera novela —atentos, queridos lectores— estará disponible a principios de 2018 por la editorial bonaerense Muerde Muertos, y distribuida en todo el país a través de Editorial Galerna.
Creo que fue Saer quien alguna vez habló sobre la aconsejable neutralidad cuando uno discurre sobre obras cuyos artistas son parte de nuestros afectos. Así, toda afirmación puede estar motivada por los resortes del cariño profesado a la persona que mueve los hilos de la ficción. Pero, en realidad, sugería el santafesino, lo que sucede es que las certezas y valoraciones nos vienen, firmes, por tener un conocimiento más cabal de su cosmovisión. Y en eso confío…
Una primera percepción repunta desde el título mismo, sugiriéndonos el aleteo ambivalente de un espíritu insobornable, por alusión directa a la obra cumbre del escritor francés Céline: Viaje al fin de la noche (1932). La historia comienza con el regreso de Victoria Tell al pueblo natal, Sauce, a causa de la frágil salud de su madre. Tras pasar por temporadas de vida urbana (Rosario, Buenos Aires), la protagonista se ve en la necesidad de volver a la casa donde creció. Espacio azotado por una tragedia familiar que redujo el círculo íntimo. Todo se angosta: la comunidad pequeña con sus omnipresentes miradas, las habitaciones vaciadas por la ausencia. Angosto, angustia. A la par de aquel famoso verso de Pavese “para todos tiene la muerte una mirada”, vale decir también que para los desviadores del camino común, normal o esperable, para todos esos átomos sueltos, la voz impersonal del pueblo tiene una fabulación explicativa.
El tono intimista de la novela nos toma por entero en la lucha por apagar recuerdos, desentrañar el miedo, aliviar el sufrimiento, aceptar, elaborar refugios, renovar pactos... La intriga crece por los laberintos de la memoria, entre giros inesperados, resplandores de furia: latido humano que se inscribe en el texto como un cuerpo vivo, cuya nervadura tiene el tejido del dolor, la venganza, el amor. La sangre vuelta tinta irriga el coraje hacia la necesidad, después de todo, de vivir la propia vida: “No sé qué es normal. No sé si quiero ser normal. Quiero no sufrir, nada más.
Tengo miedo. Miedo real y actual. No es miedo al miedo. No es creer tener miedo. Es sentirlo, al miedo, actual. Miedo a lo que veo, a lo que escucho, miedo a lo que siento...”.
El artesanado del estilo dispone la materia de forma tal que bien podría calificarse de texto realista. No obstante, está muy lejos de ser neutro, transparente. Las palabras se cargan de sentidos por el encadenamiento mismo de los sucesos, dejando a cada paso una explosión polisémica que llena de voces cada signo. Asimismo, los epígrafes que abren las cinco partes que integran la novela, nos hablan al oído, señalan un surco, pactando con el lector de manera misteriosa y secreta. Hay, por otra parte, una gran mixtura de géneros discursivos: diario íntimo, correos electrónicos, diálogos del presente y del pasado, fragmentos de las clases de historia, reseñas escritas para un periódico zonal… La narración se compone de piezas heterogéneas; de las cuales algunas de ellas se pliegan como fluidos de la propia conciencia, asociaciones libres que elevan la temperatura poética hasta la sublevación. Victoria se rebela a una condición de opresión, que antes que nada, es su condición de mujer. Su cuerpo, portavoz de malestares culturales, necesitará una y otra vez desarmarse y rearmarse: “Quizás pase por esta tierra sin haberme unido en ningún momento, con la naturaleza. Sin haberme ella, dado una tregua. Todos los meses sangrando. Y el primer día de ese sangrado, antes de que el sangrado suceda, la naturaleza con su ímpetu subyacente pero arrollador desvanece mi sueño y obtiene mi mejor mirada. Una mirada ingenua y curiosa, que en la vigilia no tiene posibilidad alguna de ser.”
Toda la novela señala el fin de metáforas muertas. El género, la generación y lo generativo. Se pulverizan, también, los binarios del amor-odio, mujer-hombre, paz-violencia. Tampoco hay grietas. Todo explota… allí donde la censura parece ser más aguda, allí hace sus manifestaciones el río anárquico de la existencia. La protagonista amasa su historia con manos de niña-mujer… el relato eleva, y sus crepitaciones arden frente a nuestros ojos: “Haré literatura dura pero bella, honda pero tierna, firme aunque sensible. Como debe ser. Como es. La literatura siempre es escrita con sangre y sepia”.
El final late entrelíneas, oculto... Allí, donde se aloja el principio de la noche —el comienzo de la oscuridad que usted va a atravesar—, también encontrará un desenlace que abre cuestionamientos de todo tipo. Ya lo verá…