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Fabricante de obsesiones

Reseña de Forjador de penumbras (2011), Los ojos de la divinidad (2013) y Mondo cane (2016), de Pablo Martínez Burkett. Por Pablo Méndez para Sólo Tempestad

El arco de la literatura de Pablo Martínez Burkett abarca las distintas estaciones del género fantástico. Un recorrido que apuntala la solidez de una búsqueda. En otra disciplina que por varias razones siempre utilizo para emparentar con las letras, más allá de las diferencias estructurales, hay ejemplos que se disparan casi involuntariamente. En la música es muy común el análisis de la obra de los artistas a partir de las semejanzas y diferencias que existen en la extensión de sus obras. Por ejemplo, la espera por un cambio rotundo en el devenir de la discografía de Pink Floyd solo mereció la cuota de inconformismo necesaria en el ápice de lo conjetural. Estoy completamente seguro de que, a diferencia de metodologías en la dinámica de la creación, la obra de Pablo Martínez Burkett es una extensa canción sinfónica que va agregando minutos con cada nuevo libro que debuta en las bateas. Porque la comparación caprichosa nos enseña sobre todo a descomponer esa masa narrativo-musical: introducción, puente, estribillo, otro puente, un nuevo estribillo, y así una cadena lingüística con un sonido identificable pero impredecible.
Su opera prima, Forjador de penumbras, editada por Galmort en 2011, nos acomoda en sus primeros cuentos en una zona genética que los une con los clásicos del género. Coquetea con las perfectas formas que Poe ha distribuido sin avaricia por toda la literatura del siglo XX, con una edificación de las estructuras con mesurados guiños borgeanos, con una extraterritorialidad sin censura previa. En esta última consideración es dónde radica una de las ventajas de leer las historias de Martinez Burkett: podemos saltar de culturas lejanas, de esferas temporales inimaginadas, de lenguajes y costumbres inhóspitas a la contención de la patria narrativa que ha sabido mamar desde su esencia no nata. Convoquemos sin temor: “La estrella de ocho puntas”, “El Dios de piedra negra” o “El último pretoriano”. Un detalle no menor es la corporeidad de ese Forjador de penumbras que da título al libro. Acaso se despeja una sensación que dura toda la lectura: una voz omnisciente nos secuestra la atención, una presencia fantasmagórica nos relata, ya sea en tercera o en primera persona, los hechos que fueron remitidos al papel. Un logro encontrar un trovador nada mezquino que quiere sacarse la historia de encima y escupa un maleficio gitano en nuestras cara: un relato que se prende como garrapata y del que no podemos librarnos. Las extensiones de los cuentos varían como en un pentagrama, la duración de cada uno no es sino un relieve que contempla tonalidades, silencios y ritmos que escapan a la informalidad de una improvisación editorial.
El segundo libro que debemos mencionar es Los ojos de la divinidad, editado por Muerde Muertos en 2013. La comunicación de libro a libro increpa a lectores desprevenidos. Este en particular muestra los rastros del anterior pero con la mutación necesaria para ubicarlo en una escala mayor de evolución. La sofisticación que muchas veces se confunde con complejidad, gotea en las historias con displicencia y ofrece el grado cero de una naturalidad ensayada en la profecía de un tubo de ensayo. La ciencia de la creación provista de musas incandescentes guía al autor que justifica un trabajo arduo y efectivo. El experimento de la simpleza tiene el ejercicio de las herramientas más variadas, solo hay que saber cuáles y cómo utilizarlas. Y aquí el ente narrador cambia de piel en cada cuento, se personifica en voces cuyo reflejo devuelve las mas diversas caras de un mismo autor. Enumero: “El dogo de Burdeos”, “El paraíso”, “Los ojos de la divinidad”, “Cuento infantil para tiempos modernos” y “Bailando con Schonpenhauer” se ubican como alternativas de una obra de catorce cuentos explotados al máximo en sus géneros. Las temáticas transitan por carriles variados: el culto a divinidades, la cabalística, los destinos bajo parábolas indiscernibles, las soledades en diferentes gustos y modelos. El libro limpia el sesgo más cruento de su predecesor al intervenir variables más lúdicas que conforman la trama.
La flamante salida de su tercer libro, Mondo cane, también por Editorial Muerde Muertos, concluye una triada donde la microficción fantástica enlazada de oscuridad y el terror son los protagonistas exclusivos. Breves instantes de leyendas foráneas y de la mas cruda estirpe criolla se codean para hacerse lugar en un libro que mancilla cualquier anecdotario costumbrista. La realidad es arbitraria y opera en contra de la imaginación. O por lo menos es el tatuaje semiótico que impregna la intención de la literatura de Martínez Burkett. Desde el barroquismo que sustenta el revisionismo fantástico de “El Atamán de los gitanos” hasta la superstición litoraleña de “El payé” o una apócrifa intervención de la historia literaria en “Podría haberlo hecho mejor” donde se puede firmar un pacto para ser un clon de Cortázar hasta “Otra vez” y el asesinato en serie de una entidad fantasmal que acostumbra el cuerpo de la amada del protagonista. Rastros que vislumbran la heterogeneidad y potencia de los sesenta mini relatos que conforman el libro. Pero sigamos: “Hacia un mundo de sombras subterráneas” es un vómito de oraciones unimenbres que bajo los efectos del fluir de la conciencia representan los bajos fondos de la existencia: la unicidad del sintagma en forma de cárcel mental. En “La tentación de los Santos Vigilantes” se corrompe la tradición extraterrestre con la pérfida teoría de la copulación de mujeres terrestres que darán origen a un paso descarriado de la evolución. Algunos cuentos que forman parte de esta antología han sido publicados en Forjador de penumbras, lo que atribuye al nuevo libro la condición de un grandes éxitos con una fecunda producción de nuevo material.
Una trilogía es conformada por tres partes que conceptualmente están destinadas a formar una unidad mayor. Pablo Martínez Burkett cierra bajo tres llaves la aritmética de su producción futura. En ese lugar lejano se elucubrará qué esconde bajo la manga un autor plagado de probabilidades. Una de ellas: ¿Serán estas tres obras una fabricación consciente de la obsesión?