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Eterna Cadencia: el terror está de moda

El terror gana espacio en la literatura argentina actual. Hablan Samanta Schweblin, Ricardo Romero, Juan José Burzi, Daniela Pasik, y más. Por Patricio Zunini y Valeria Tentoni. Foto: Lucio Ramírez. Blog de Eterna Cadencia, viernes 5 de febrero de 2016

La niebla en la que parece estar oculto el género de terror en la literatura argentina bien puede ser, antes que una debilidad, su principal fortaleza. Con la elasticidad que permite moverse por circuitos más marginales, los autores pueden experimentar con mayor libertad y las editoriales apostar por proyectos más arriesgados. En rigor, hay que señalar que el género siempre estuvo cerca del canon pero nunca en el centro: aparecía entremezclado en la Antología de la literatura fantástica, del tridente ofensivo Borges-Bioy-Ocampo, en los cuentos de Quiroga y Cortázar, en alguno de Abelardo Castillo o incluso, teniendo en cuenta un criterio amplio, en ciertos relatos de Fogwill —“Japonés”— y Wilcock.
“El terror es un género que hemos abordado más bien desde lo fantástico”, dice el escritor Ricardo Romero en su rol de editor de Negro Absoluto, “un momento dentro de una historia o un mundo, ¿pero no es siempre así con el terror?  ¿No es acaso una visión en el límite de las cosas que intentamos no ver, de las catástrofes que nos constituyen e intentamos ignorar? De todas maneras, muy pocos autores han incursionado abiertamente en él. El mal menor, de Feiling, es lo primero que se me viene a la cabeza. Cuentos de Mariana Enriquez, de Juan José Burzi. Eso si intentamos ser puristas. Pero incluso Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, podría leerse también en esa clave.”
“Me cuesta pensarme dentro de géneros”, dice Samanta Schweblin, “porque el etiquetado les corresponde a los otros. Sería como autoproclamar ciertos espacios que los libros terminan ganándose o no, pero en manos de los lectores. O quizá me cuesta porque no es algo que tenga claro durante la escritura, sino un resultado con el que me encuentro al final de la travesía. O quizá esto tampoco sea del todo verdad, porque me recuerdo escribiendo algunas historias con la conciencia de ciertos límites, es decir, de entender que estaba escribiendo algo cercano al género del horror. Y es que eso es finalmente lo más atractivo de los géneros: cuanto más te acercás a sus límites, más peligra el verosímil de los textos, pero también más interesante y más potente se vuelve el material.”
Hay escritores que no son específicamente autores del género, pero que lo rozan —o mejor: se dejan contaminar por él— para plantear una discusión estética y política. Tales son los casos de Germán Maggiori en Cría terminal (Tusquets), Fernanda García Lao con Muerta de hambre (El Cuenco de Plata), los integrantes de la antología Vienen bajando (CEC), que compilaron Nicolás Mavrakis y Carlos Godoy. También la versión pop que proponen Iván Moiseff en La naturaleza es la iglesia de Satanás (Eduvim) y Esteban Castromán en El alud (Mansalva). Samanta Schweblin elige el siniestro para Distancia de rescate (Penguin) porque “un tema tan oscuro y perverso como el de los agrotóxicos, suscitaría en mí, como lectora, un inmediato rechazo, me cuesta acercarme a las cosas que duelen. Pero lo siniestro me atrae, me obliga a hacerme preguntas, a asomarme poco a poco a las cosas que más me asustan. Supongo que instintivamente intento reproducir lo mismo cuando escribo”.
“El terror, últimamente, está más de moda”, dice la periodista y escritora Daniela Pasik. “De la mano de esta nueva valoración, se dice que hay un boom. Yo creo que no es así. Los booms son cada tanto, en diversos géneros. Es como cuando salió 50 sombras de Grey y se hablaba de un boom erótico olvidando a Anaïs Nin, el Marqués de Sade y hasta al Kama Sutra, por caso. Cuando ahora se dice que hay un boom de horror se olvidan de Lovecraft, por nombrar un clásico moderno; de Mary Shelley, para los que cuando recuerdan el género se olvidan de las chicas, y de Mariana Enriquez, por decir una autora local (genial) que hace rato cultiva el género.”
En pocos días sale por Anagrama Las cosas que perdimos en el fuego, un libro de cuentos de Mariana Enriquez que tiene contrato para publicarse en veinte —¡veinte!— países. Al respecto, Beatriz Sarlo dice que Enriquez “toma un rasgo que los argentinos reconocemos sobre todo en Cortázar y lo exacerba: lo podrido y maléfico de la vida cotidiana, la rajadura por la que se filtra un fondo de irracionalidad donde chapotean cuerpos entregados a sus excreciones y palpitaciones”.
Juan José Burzi, uno de los referentes actuales muy vinculado con el estilo gótico, dice que hay más movimiento ahora porque se perdió el pudor de escribir sobre el terror: “Quizás ayudó que ya hace un tiempo la literatura de género policial tiene un espacio propio (y parece haber llegado para quedarse... hasta la próxima moda). Hoy en día, para escribir terror u horror (géneros en los que a veces se me incluye, sin buscarlo) y que resulte interesante, hay que buscar una mirada nueva a lo ya escrito. Lo bueno, en definitiva, es que hay para todos los gustos.”

La zona muerta

Cuando la niebla se corra, el territorio que queda despejado seguramente podrá recorrerse con la guía de las editoriales jóvenes como Muerde Muertos y PelosdePunta. Por supuesto, no son las únicas. Además, ninguna de las dos está exclusivamente orientada al terror, pero casi. Algunos de los títulos de Muerde Muertos son: la antología Osario común, con textos de Mariana Enriquez, Alejandra Zina, Gustavo Nielsen, etcétera; Beber en rojo (Drácula), de Alberto Laiseca; y Los fantasmas siempre tienen hambre, de José María Marcos.
Los libros de PelosdePunta van desde cuentos religiosos, satánicos y endemoniados a historias donde el eje es la violencia. “Consideramos”, dicen los editores, “que Argentina está plagada de historias de aparecidos, duendes y criaturas como El Familiar o La luz mala que alimentan el crecimiento y la imaginación de muchas generaciones. El terror argentino viene saliendo del ropero y se va afianzando de a poco. Hasta el momento de la aparición de nuestra colección, los esfuerzos del terror nacional para consolidarse eran dispersos, faltaba aunarlos.”
También Interzona incursiona desde una nueva colección Pulp con los títulos Fractura expuesta de Walter Lezcano, Mano propia de Nico Saraintaris, Trasnoche vudú de Mariano Buscaglia y El paraíso de los condenados del azerbaiyano Chingiz Abdullayev.

Todo oscuro, sin estrellas

A comienzos de la década del 90, José Pablo Feinmann publicó la novela El cadáver imposible (actualmente reeditada por Planeta). Un texto gore en donde el narrador buscaba todo el tiempo compararse con Stephen King. Por entonces, hacía tiempo ya que “el Rey Steve” era el faro que iluminaba aún a las versiones irónicas del género. Veinticinco años después, Interzona presenta la antología latinoamericana King. Tributo al rey del terror. Jorge Luis Cáceres, encargado de la compilación, dice en el prólogo: «En la actualidad ya no es extraño ver zombis o autos malditos en Quito o en La Paz. Lo extraño sería no verlos». Todos los autores antologados —Edmundo Paz Soldán, Antonio Ortuño, Santiago Roncagliogo, etcétera— tienen en King un elemento clave de su educación sentimental.
“Stephen King comenzó a ganar premios hace no tantos años”, dice Daniel Pasik, “y aún tiene que explicar cada tanto a un despistado que sólo por el hecho de ser bestseller no es un descerebrado. Es, de hecho, un gran autor. A mi entender, incluso, es el que está escribiendo a lo largo de su obra la Gran Novela Americana (porque si vamos a hablar de Norteamérica y el capitalismo, para empezar, el género es obligatoriamente el horror). Sin embargo, no se lo considera en la tradición de Faulkner, Bellow y Hemingway. ¿Porque vende? ¿Porque entretiene? ¿Por qué?”