Reseña de Crónicas del
mal, de Alberto Ramponelli (Muerde Muertos, 2014), por Ariel Mazzeo para el
blog La Forma en que Algunos Mueren.
De vez en cuando me pregunto cómo es el proceso de
construcción de un lector. Lo hago, lógicamente, mirando mi propia experiencia.
Desde luego, no llego a ninguna conclusión que valga la pena. De forma
recurrente, es un camino que me lleva a mis lecturas de infancia. A una parte
de ellas. Recuerdo que cada noche, a eso de las nueve, se escuchaba un golpe
sordo contra la puerta de casa: era “la sexta” de La
Razón. El diariero la arrojaba, en una especie de rollo
compacto que armaba sin detener su bicicleta —una técnica ya definitivamente
perdida—, y yo sabía que, en algún momento de esa noche, iría a zambullirme en
la sección de policiales. De aquella época conservo especial afecto por las
palabras “occiso” y “macabro”.
La introducción viene a cuento porque estas Crónicas del mal, de Alberto Ramponelli,
me han acercado, en varios sentidos, a aquellas lecturas.
Antes que nada, conviene decir que Crónicas del mal es un libro de relatos. Cruza entre cuento y
crónicas, estas diez recreaciones ficcionales de sucesos reales acontecidos
entre 1914 y 1958 sirven al autor para indagar sobre la naturaleza del Mal. O
sobre la naturaleza humana. O sobre las dos cosas, si es que se las puede
separar. Es decir, sobre el objeto de reflexión que atraviesa toda literatura
negra.
Con un lenguaje que es tan deudor de aquellos trasnochados
cronistas —amarillentos reyes del potencial— como de estilistas de la talla de
sus admirados Saer y Denevi, Ramponelli construye con gran eficacia una voz,
una geografía, un territorio temporal que impactará en el lector. La mayoría de
estas Crónicas transcurren en Buenos Aires, metrópoli que recibía por entonces
tanto a inmigrantes europeos como del interior. Sus viejas casonas, sus bares
grises, los rígidos cánones morales que condenaban las preferencias sexuales
“desviadas” pero admitían sin escándalo los castigos carcelarios más brutales,
son el terreno en donde estos personajes se convertirán en vehículos del Mal.
Individuos que disponen de libre albedrío en un momento y, al siguiente, son
meras marionetas de las que se apodera un impulso maligno, la narración
aséptica de sus crímenes dejan en el lector una fría inquietud, la semilla de
la reflexión planeada por Ramponelli: ¿qué es el Mal? ¿Dónde está? ¿Adentro,
afuera?
Los méritos de Ramponelli, un autor siempre ligado a lo
fantástico y a lo siniestro, que lleva editados ocho libros, son varios. El
primero y más evidente es su prosa pulida, de largo aliento en la frase larga
pero siempre precisa, exacta. El otro consiste en plantar en el lector ese
desasosiego mencionado antes, a través de historias sólidas, que caminan a paso
firme, sin estrépito ni frenesí, pero en las que la tensión crece de manera
lenta e irreversible. En este sentido, Ramponelli lleva la crónica al estatus
de cuento, explorando con su oficio más allá de esa frontera —las mentes, los
corazones— que aquella, por limitaciones lógicas, no puede atravesar.
Crónicas del mal
es un gran rescate que le debemos a la querida Editorial Muerde Muertos.