Rusi Millán Pastori, Gabriel Guralnik, Alberto Laiseca, Selva Almada y Sebastián Pandolfelli. |
Los Barriletes Cósmicos le entregan un CD con el video Cuatro Juguetes. |
Arte de flyer. Centro Cultural Rojas (UBA). |
Rusi Millán Pastori, Gabriel Guralnik, Alberto Laiseca, Selva Almada y Sebastián Pandolfelli. |
ARTÍCULO EN TÉLAM
Alberto Laiseca fue homenajeado en el Centro Cultural Rojas
El escritor argentino Alberto Laiseca, creador del “realismo
delirante” y autor de Los sorias,
novela fundamental en la literatura argentina, fue homenajeado en el Centro
Cultural Rojas por dos de sus discípulos, los escritores Selva Almada y
Sebastián Pandolfelli. Por Juan Rapacioli (Agencia TELAM)
En un ambiente cálido y ameno, el miércoles 17 de septiembre
de 2014, el autor de El jardín de las
máquinas parlantes recibió un homenaje de parte de amigos, colegas y
alumnos, organizado en el auditorio del Centro Cultural Rojas, donde el
escritor dicta talleres desde hace muchos años. “Hace tiempo que vengo pensando
en algo, no sé si les pasa a ustedes, pero siento que la vida se me resume toda
en un punto —expresó Laiseca—. Puedo verla como un todo; constantemente el
pasado está acá. El futuro no lo conozco, pero sí el pasado y el presente.
Todos los días vuelvo a ser chico”.
Reflexivo, el escritor sostuvo: “Cada día voy pasando por
todas las edades que tuve: estoy en mi casa de Camilo Aldao, mi pueblo al
sudeste de la provincia de Córdoba. Esto no me disgusta, al contrario, me hace
bien; si pierdo lo que fui, pierdo lo que soy. Mejor dicho, si es que soy algo
es por lo que fui”.
“Mi pueblo es muy chico —continuó—, cuando yo era niño
éramos 3.500 habitantes, entre pueblos y colonia, porque es una zona agrícola.
Era casi un pueblo fantasma, como los de las películas del Lejano Oeste, de no
ser por las chacras, que le dan dinero y lo mantienen”.
Según el autor de Poemas
chinos, “la vida en un pueblo es muy hermosa pero también muy difícil; no
se puede quedar uno viviendo toda la vida ahí, porque no hay salida; pero uno
está muy contento de haber vivido, es como una mina de oro, no te olvidás nunca
de las cosas que pasaste”.
“Recuerdo estar en el patio de la casa de papá, en un día de
verano, sentado en la tierra, imaginando cosas y, también, esperando a mi
pandilla, que eran seis chicos con los que salíamos a hacer aventuras; sus
madres me odiaban, porque decían que mandaba más yo que ellas, y era verdad.
Esas eran las cosas que me ayudaban a no volverme loco”, afirmó.
Y contó: “Mi padre, con la ayuda del tío Enrique y la tía
Zulema, hicieron una gran campaña para que yo dejara de andar jugando con los
chicos; para desprestigiarlos, los llamaba los enanos, porque eran un poco más
chicos que yo. Cuando toda tu familia se pone en contra, a menos que te vayas,
el peso es muy grande, terminás cediendo”.
“La consecuencia fue que quedé mucho más solo que antes, fue
mucho más espantoso; mi familia me hizo caer en un pozo, creo que mi padre
nunca se dio cuenta de que la culpa era suya. Para mi padre la mejor manera de
hacer crecer a un niño era reprimiendo”, recordó.
Y apuntó: “Supongo que había una salud final mía que me
impidió caer; si hubiera seguido en todo a mi padre, habría reventado. Pero él
no era el único. La tía Zulema una vez me dijo: ‘Dejá de escribir estupideces’.
Eso no se olvida ni se perdona.
Selva Almada, autora de la celebrada novela Chicas muertas, manifestó: “Estoy muy
contenta de que se le haga esta celebración a Lai, mi maestro, y que se haga
acá en el Rojas, donde lo conocí, en 1999” . “Yo
recién había venido de Entre Ríos —siguió— y un amigo que está acá, Rusi Millán
Pastori, sabía que me gustaba escribir y me sugirió empezar un taller con
Alberto Laiseca, a quien yo nunca había leído y tampoco había visto en fotos”.
Almada relató: “Cuando lo vi por primera vez me impresionó
mucho, recuerdo una especie de gigante que entró fumando a dar el taller, me
impactó muchísimo, y el primer desafío que tuve fue tratar de que se fije en
mí, entre tanta gente”. “Laiseca trabaja con consignas disparadoras, algo que
yo nunca había hecho y que me sirvió mucho, sobre todo para abordar temas o
personajes muy desopilantes que a mi nunca se me hubiesen ocurrido”, apuntó la
escritora.
Y señaló: “Luego empecé a ir a la casa y nuestra relación se
fue haciendo más íntima con los años. Todavía sigo yendo a su casa, los lunes,
es casi un ritual en mi vida, voy a leer, charlar, escuchar. Lai es mi
maestro”.
Y Sebastián Pandolfelli, autor de la novela Choripan social, dijo que “es un honor estar
en el homenaje a mi maestro zen no sólo en la cuestión literaria sino en la
vida; no todos tienen la suerte de encontrar a un maestro, yo tuve esa suerte;
él me nombró su lugarteniente en algún momento, porque nos hicimos amigos”. “Lai
me enseñó no sólo a escribir, sino a tener paciencia, a dejar que los textos
maduren, a saber que a cada libro le llega su momento si el texto se la banca.
Lai es como el señor Miyagi, cuando lo conocés solo te dice: ‘pinta la cerca,
pulir y encerar’, y vos te quedás mirándolo, pero lo hacés, una y otra vez. Y
un día entendés que eso era para algo”.
Según el músico y escritor, “Lai genera discípulos, no
clones de un taller literario; no te dice como escribir, sino que te hace dejar
ser la literatura como la vida misma; él siempre dice que hay que escribir más,
leer más y vivir más”.