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La literatura como venganza

Entrevista a Fernando Figueras, por Ignacio Román González para la edición Nº 12 de Esto no es una revista literaria (primavera 2013).

Fernando Figueras no tiene internet en su casa. Oriundo de la capital del país, esta entrevista no tuvo otra manera de producirse que maileando preguntas y respuestas. Desde la tranquilidad de mi casa al cyber que más cómodo le quedara a Fernando. Y éste es el resultado: un recorrido rápido por su obra y las posibilidades de nombrarla. Delirio. Sueño. Humor. Amor. Tópicos que aparecieron y que, lejos de agotarse en pocas preguntas, nos introducen en cada uno de sus libros editados bajo la editorial Muerde Muertos. Finalista en el concurso Juan José Manauta 2011 con su libro Ingrávido, acaba de presentar su nouvelle Quepobrestán en el Festival Azabache 2013. Luego de cortar y pegar, estas fueron sus respuestas.
—Me resulta inevitable preguntar cuáles fueron los primeros pasos que te llevaron a escribir, en primer término, y a publicar, en segundo. Influencias. Intereses. Inquietudes.
—Creo que mi caso es como el de muchos que de tanto leer nos vemos tentados a probar con la escritura. De chico leía, pero no excesivamente. A los 17 años, tuve en la secundaria a un profesor de Literatura que se llamaba Alejandro Benítez, que nos leía cuentos y nos transmitía su amor por los libros. Si anda por ahí leyendo esto, ¡que se contacte conmigo!, porque hace tiempo que lo estoy buscando para agradecerle: fernandojfigueras@yahoo.com.ar. Gracias a su pasión empecé a leer más, ayudado por el hecho de que en casa había libros. Después me dediqué a estudiar Música, pero seguí leyendo siempre, hasta que una mañana (solía levantarme muy temprano para tocar la guitarra) en vez de hacer música me puse a escribir un texto breve. A partir de ese día escribo en los horarios en los que antes tocaba la guitarra y en los momentos que puedo hacerlo, porque lamentablemente (¡oh!) hay que trabajar. Obvio que uno no empieza a escribir sólo porque lee; en mi caso tuvo que ver el hecho de que se me ocurrían historias y sentía ganas de hacer algo con todo lo que imaginaba. Muchas veces me pasó que terminaba de leer un libro que me había gustado y sentía que yo podía escribir algo así. Concretamente, me pasó con textos de Leo Masliah y Luis Pescetti.
—Y en los momentos que le dedicás a la guitarra, ¿qué sale? ¿Hay continuidad entre el teclado y los trastes?
—Cada vez son menos los momentos que le dedico a la guitarra. Lamentablemente mi día tiene 24 horas y no tengo el talento suficiente como para estar un ratito con un instrumento y hacer maravillas y después pasar un tiempo con la escritura y hacer otras maravillas. O me dedico a una cosa o me dedico a la otra. Además, hay que dormir, bañarse y todo eso. A propósito, me hiciste acordar de que tengo que ponerles la pipeta a los gatos. Gracias. Volviendo al tema anterior, soy de los que necesitan tiempo para que salga algo valioso. Con la música llegué a tocar obras hermosas y muy difíciles de las cuales ya no recuerdo ni el nombre. En definitiva, cambié una cosa por otra, pero creo que son parte de lo mismo. Terminar de tocar (bien tocada) una obra de Bach me hacía sentir un placer que creía único y que, sin embargo, no lo era, porque completar la escritura de un relato que me gusta me hace sentir exactamente lo mismo. Creo que ahí está la continuidad, en el placer que provocan ambas cosas.
—Entre los primeros lanzamientos de la editorial capitalina Muerde Muertos asoma tu nombre iniciando la colección Ni Muerde Ni Muertos con el libro de cuentos Ingrávido. ¿Qué senda pensás que marca al ser el primero?
Fernando Figueras.
—La editorial Muerde Muertos arrancó con dos colecciones: Muerde, de literatura erótica, y Muertos, de literatura de terror. Cuando deciden publicar mi libro, era notorio que no se trataba específicamente de ninguno de esos dos géneros, con lo cual decidieron llamar así a la colección, un poco en broma. Está en la senda de lo fantástico y lo delirante, donde entra todo, hasta el terror y el erotismo.
—¿Cómo surge la amistad con José María Marcos y Carlos Marcos, editores del sello?
—A José María lo conocí en el taller de Laiseca. Congeniamos enseguida. Tenemos una forma de ver la literatura muy similar. Los dos disfrutamos leyendo lo que hace el otro, nos gusta la literatura de género y ninguno de los dos escribe “porque no tiene otra opción”, o porque “oh, el mundo nos ha arrojado (inevitablemente) al fango de no sé qué cosa”. Y a través de él conocí a Carlos, con quien también tuvimos buena onda enseguida por la sencilla razón de que él se pinta las uñas y yo no.
—Para los que les gusta identificar los géneros, los cuentos de Ingrávido pueden incluirse dentro de lo que Alberto Laiseca llamó “realismo delirante”. Con la reciente publicación de la nouvelle Quepobrestán (misma editorial, misma colección) en la solapa dice —cito textual—: “Sienta las bases de la nouvelle divague”. ¿Qué significa ese deslizamiento, si es que ha habido tal?
—En el cine francés existió la “nouvelle vague” (nueva ola). Cuando terminé Quepobrestán vi que tenía la extensión de una nouvelle, o sea una novela corta o cuento largo, y dadas las características de la historia me pareció que más que “vague” era “divague”. Supongo que es un género que será estudiado en un futuro no muy lejano por epistemólogos, filólogos, antropólogos y antropófagos.
—Sin embargo, el divague nunca es azaroso, y se lee mucha agudeza en tus textos. ¿Cuáles son los blancos a los que apuntás cuando trabajás?
Esto no es una
revista literaria.
—Con el tiempo y la acumulación de textos que iba escribiendo me fui dando cuenta de que en lo que escribo siempre aparecen el amor y el poder. También las transformaciones, los cambios. Esto se ha dado de manera involuntaria, pero son evidentemente temas que me interesan porque siempre están. Los cambios, a los que tanto nos resistimos, son fundamentales para vivir. El amor es maravilloso, el problema a veces somos nosotros que nos empeñamos en medirlo con un almanaque (o con un cronómetro, según el caso) y tal vez habría que evaluarlo con otros parámetros. La cosa no es cuánto dura. Y con respecto al poder, me da mucho asco la gente que tiene poder en cualquiera de sus formas o lugares donde se lo ejerza. Me parece que nos verduguean demasiado, y encima nos dan cátedra y nos juzgan. La literatura me permite ciertas venganzas (inofensivas, ya sé). Es gente que me genera mucha violencia. Soy taurino e hincha de Ferro, pero si fuese algo más, sería anarquista.
—En una entrevista que te realizaron para Insomnia te preguntaron por qué elegías la ironía y el delirio para contar  historias, y respondiste, entre otras cosas, lo siguiente: “Siempre pienso que si no fuera por el humor ya estaría preso”. ¿Qué tipo de libertad sentís que ganas con/en tus libros?
Figueras cuando
responde entrevistas.
—En los libros tengo libertad total. Puedo escribir lo que se me dé la gana. Claro que cuento con la ventaja de que Muerde Muertos publica lo que yo escribo porque le gusta, así que difícilmente me digan: “Che, esto no va”. Por otra parte, no vivo de la literatura (prefiero morir de otra cosa), por lo tanto si alguien no quiere publicar mis historias no hay problema, yo voy a seguir viviendo y el mundo va a seguir girando. No tengo que pensar en sacar o poner cosas por miedo a que no me acepten algo. Sé que hay gente que tiene que escribir así porque depende de la publicación para vivir, y me parece bárbaro, pero no es mi caso. No tendría sentido hacer esta actividad —a la que me dedico por placer—  y tener que estar midiendo o controlando. Ya bastantes taras hay que aguantarle al mundo. Por otra parte, creo que efectivamente el sentido del humor y el delirio me han ayudado a vivir. Hay cosas que te las podés bancar sólo con la ayuda de estos condimentos esenciales. De todas maneras si hay alguna editorial dispuesta a pagarme millones de dólares cash, estoy dispuesto a borrar el párrafo anterior.
—¿Con qué se va a encontrar el lector cuando tenga Quepobrestán en sus manos?
—Con una historia de amor condimentada por un marciano.
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