Entrevista a Fernando Figueras, autor de Quepobrestán (nouvelle divague) (Muerde Muertos, 2013), en el Nº 21 de Evaristo Cultural. Por Damián Blas Vives
En un primer
acercamiento podemos decir que la literatura de Fernando Figueras participa del
nonsense, avanza por el filoso borde del grotesco y comulga por momentos con el
fantástico. De hecho, con su última novela —Quepobrestán— da a luz a un nuevo
género, la “nouvelle divague”. Pero hasta dónde puede avanzar el delirio del
más avezado funambulista en un país periférico que nunca termina de saberse
tal, en el que la realidad y su reflexión se negocian entre construcciones
mediáticas y variopintas desmemorias. ¡Por suerte entre tanto naufragio
filosófico Figueras nos lanza el salvavidas de su sentido del humor!
—¿Cuándo comenzaste a
escribir?
—A los 34 años.
Ese año dejé de tocar la guitarra (soy profesor de Música) y empecé a escribir.
Una rama del Arte ganó y la otra perdió (así, en ese orden).
—¿Cómo nace el
concepto de “nouvelle divague”?
—Jugando, como nacen tantas cosas. Y no sólo cosas; mucha
gente también nace como consecuencia de un juego. Pero volviendo a la nouvelle
divague, primero escribí la historia y luego vi que por su extensión era una
nouvelle (novela corta) y por su contenido era divague.
—¿Existe una
reflexión social detrás de tu grotesco o avanza a pura intuición?
—¿Grotesco? ¡Yo creía que escribía dramas! Bueno, no
importa. Lo cierto es que soy muy observador de la realidad social y eso está
en lo que escribo. Puede aparecer aumentado, exagerado, distorsionado o de la
manera que se me ocurra en cada historia, pero siempre está presente la realidad
en la que vivo. Tengo la suerte de moverme por muchos lugares: Caballito,
Liniers, Ciudadela, Flores, González Catán, Laferrere, Virrey del Pino (la
localidad, no la calle), San Justo, la costa atlántica y Puerto Madryn, entre
otros, así que tengo un panorama bastante variado de lo que pasa. Y de una cosa
estoy seguro: es muchísimo mejor conocer la realidad saliendo a la calle que
mirando la tele, escuchando la radio o leyendo un diario.
—¿Qué influencia tuvo
en tu escritura la obra y las enseñanzas de Alberto Laiseca?
—Fundamental. Cuando leí a Lai decidí que quería tomar
clases con él. Para mí fue fantástico tener un maestro. Todos se mueren por ser
autodidactas, no sé para qué. Será para parecer más geniales o algo así. Yo
tengo un maestro, que es Laiseca. Él me ayudó a encontrar lo que quería
escribir, me alentó, me corrigió cuando fue necesario y me dio permiso (por
decirlo de alguna manera) para escribir lo que se me diera la gana. Creo que
todos necesitamos un empujoncito y Laiseca me lo dio. Déjense enseñar, que es
algo bárbaro.
—¿Cuáles fueron tus
lecturas fundacionales?
—Anteojito, Billiken, El Gráfico. Lo digo en serio; creo que generaron en mí el hábito de
la lectura. En las vacaciones leía Hijitus,
Patoruzú, Isidoro Cañones y Condorito,
que es un delirio bárbaro, con unos personajes lindísimos. Después la revista
de música Pelo. De Morris West leí varios libros que había en la biblioteca de
mis viejos. El mundo es de cristal me gustó mucho en mi adolescencia. Me
apasioné con Leo Masliah, Fontanarrosa, y más adelante Laiseca, Clive Barker,
Boris Vian. Leo de todo, poesía, cuento, novela, de cualquier género y autor.
—“Nada me asustaba
más que la posibilidad de volver a enamorarme. Cuando el corazón se acostumbra
a perder prefiere dejar de jugar. Se queda quieto y va llenándose de miedo”.
¿Por qué pensás que en este nuevo milenio el desasosiego, la insatisfacción, la
soledad, los ataques de pánico, la melancolía, etcétera, se han vuelto tan
omnipresentes en la sociedad en su conjunto?
—Primero habría que ver si todos los que dicen que tienen
ataques de pánico de verdad los tienen. Algo parecido sucede con los bipolares.
Cualquiera que está tranquilo y de golpe se enoja por algo o pega un grito ya
es bipolar. No creo que sea tan fácil la cosa. Me parece (y es sólo una
opinión) que la insatisfacción y el desasosiego se deben, a veces, a nuestra
ridícula necesidad de ser normales. En vez de ser lo que somos queremos ser
como “hay que ser” y eso lleva derechito a la frustración, la angustia y todo eso.
Ser normal es una enfermedad muy jodida. Encima no te la cubre ninguna obra
social. El enamoramiento produce miedo porque también lo queremos vivir
siguiendo ciertas reglas y cumpliendo con determinados objetivos que
supuestamente deben ser los mismos para todos, y eso es ridículo. Cada uno
debería vivir sus historias de amor a su manera y ver qué pasa. Pai Figueras lo
recomienda.
—Además de escritor
sos profesor de música. ¿Qué contactos encontrás entre estas dos expresiones
artísticas?
—Tienen muchos contactos, como también lo tienen con otras
artes. Pero una vez me sucedió una cosa que me llamó la atención: terminé de
escribir un cuento y sentí la misma sensación de placer, de plenitud que había
sentido años atrás después de tocar bien una obra de Bach. Esa sensación es
única y me la han dado solamente la música y la literatura.
—¿El humor y la
ironía sirven para exorcizar la realidad de sus sombras?
—Sirven para vivir, para ser feliz y para vengarse sin ir
preso.
—¿Cómo surge el
concepto de Quepobrestán?
—Surgió jugando, de nuevo. Cuando mi hijo Falco (único hijo,
heredero de todos mis libros, CDs y DVDs) tenía diez u once años nos pusimos a
crear un mundo nuevo. Dibujamos un mapa con continentes y océanos distintos a
los que conocemos. Y tuvimos que inventar nuevos países con sus banderas y
características. Así salieron nombres como… bueno, son casi todos
irreproducibles. (¡Ay, esa tendencia que tienen los chicos a la guarangada!).
Inventando, a él se le ocurrió Quepobresán y a mí me encantó, pero después lo
cambié por Quepobrestán que me sonaba más a nombre de país. Y ya desde el
nombre tenés todas las características.
—La colonia
Quepobrestán, su aeropuerto Limosna, Yeyo el Hombre de Cocaína… son
construcciones que de alguna manera me remiten a la década del ´90, a esa
realidad que en muchas partes se llamó posmodernidad y que en nuestro país
denominamos menemismo. ¿Pensás que, como sociedad, pudimos superar esa
cosmovisión o aún somos sus rehenes?
—Argentina no es Quepobrestán, por suerte. Ni en la realidad
ni en la ficción que escribí. En mi ficción es una colonia con una pobreza
llevada al extremo, nada más. Pero hay lugares de Argentina que sí son pobres.
La dirigencia menemista era lamentable, pero ahora todo ha cambiado Tengo
muchas esperanzas puestas en nuestra clase dirigente, y me baso en cosas
concretas para pensar así. Por ejemplo: después de las elecciones, cuando
recién se conocieron los resultados, ningún dirigente, de ningún partido
político se puso a festejar, reír, hacer palmas de manera patética ni a bailar
con exitismo exagerado. ¡Muy bien por ellos! Hubiera sido muy triste que lo
hagan ya que hace apenas unos meses en distritos gobernados por unos y otros se
murió mucha gente porque llovió fuerte. No porque hubo una invasión extraterrestre
o un tsunami, sino porque llovió fuerte. Entonces hubiese sido lamentable que
los que están a cargo de solucionar esos problemas festejen. ¿Qué tenían que
festejar? Nada, y por eso no lo hicieron. A cambio, pidieron disculpas,
sinceramente compungidos y pasaron de inmediato a detallar todos los avances
que hubo en estos últimos días para que en caso de otra lluvia (probable, ya
que llueve desde que el mundo es mundo) no se inunde nada y no haya víctimas
fatales. Se ve que les importa de verdad y eso me tranquiliza. Hay más
ejemplos, pero creo que este es más que elocuente.
—Sos un
“muerdemuertos” primigenio. ¿Qué significa pertenecer a esta familia literaria?
—Es un placer. Me siento muy acompañado. No sé si me
interesaría hacer este camino solo. Con la editorial Muerde Muertos estamos
cumpliendo con la idea que tuvimos desde siempre, la de llevar nuestros textos
a la mayor cantidad de lugares posibles para compartirlos con otros escritores
y con la gente que se acerque a escuchar, ya sean cinco o cien. Los libros
están bien editados y tienen buena distribución. Charlamos mucho, nos
divertimos y encima todas las actividades que hacemos terminan con pizza y
cerveza, ¿qué más se puede pedir? (Aclaración:
las pizzas y las cervezas las consumimos entre nosotros. Lo señalo para no
generar falsas expectativas en el público).
—¿Estás trabajando en
algún nuevo proyecto?
—Sí. El año que viene va a salir un libro que hicimos con
José María Marcos que tiene que ver con el fútbol y la poesía, pero a la manera
nuestra. Es un cóctel delicioso. Además estoy escribiendo algo de literatura
infantil, pero lentamente, sin apuro.