Reseña de Los ojos de
la divinidad, de Pablo Martínez Burkett (Muerde Muertos, 2013), en Cosmocápsula y el periódico Irreverentes
Los ojos de la divinidad, segundo libro de Pablo Martínez
Burkett, está compuesto por catorce relatos que abrevan y dialogan con lo mejor
de la tradición del fantástico rioplatense, cuyos exponentes más célebres son
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Tras su primera incursión con Forjador de penumbras (1º
Premio Mundos en Tinieblas 2010), Martínez Burkett vuelve sobre sus principales
obsesiones (el destino, el azar, la divinidad, la soledad, el problema de la
percepción) y lo hace con mucha eficiencia. A diferencia de su primer libro de
corte más ominoso, aquí lo maravilloso se presenta a partir de repentinos y
trascendentes cambios de enfoque.
En este nuevo conjunto —publicado por Editorial Muerde
Muertos—, el autor no descuida el modelo clásico donde conviven dos niveles: el
que se nos enuncia y el que subyace y que sólo se revela cuando el primero
alcanza su resolución. Sin embargo, no todo descansa sobre este artificio, sino
que el lenguaje está puesto en primer lugar, haciendo que los arcaísmos se luzcan
en textos como “Mawatin”, o de manera inusual en “Ars militaria”, para poner en
ridículo el doblaje español de las películas norteamericanas.
La discusión filosófica es otra de las marcas del volumen,
con mayor presencia en “El Paraíso” y “Bailando con Schopenhauer”, sobre todo
en el primero donde un selecto club de hombres “discute” sobre las principales
preocupaciones existenciales. “El Dogo de Burdeos”, “El otro simulacro” o “Sin
Amparo” son también piezas que postulan a su manera la necesidad de
encontrar sentido a nuestras vidas.
Otra constante son “las historias dentro de otras historias”
con textos como “Cuento infantil para tiempos modernos” o “De las deserciones y
otros hábitos igualmente humanos”, donde grandes clásicos aparecen remozados
para jóvenes oídos, o como en el cuento da título al volumen, donde la realidad
se confunde con los deseos de un joven cineasta.
En pocas palabras, Martínez Burkett obtiene con Los ojos de
la divinidad una doble victoria: a la vez que evoca con acierto a sus maestros,
también abre caminos y oficia como un notable continuador de una tradición.