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La voracidad de los espectros

Reseña de Los fantasmas siempre tienen hambre, de José María Marcos, publicada en el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, el 13 de diciembre de 2012, en página 8. Escribe: Héctor Eduardo Sabelli

Con los fantasmas pasa lo que con la radiación: nadie la ve, pero todos le temen. Los argentinos somos un pueblo con una larga tradición de creencia en un plano sobrenatural de la realidad. Desde el correntino Lobizón, la pampeana Luz Mala, la santiagueña Telesita hasta el importado Cuco, la bonaerense Llorona y la cuyana Difunta Correa. Sobre los fantasmas siempre supimos que por la noche recorren los pasillos de las casas desoladas, que gritan horrorosos gemidos y ¡que usan sábanas blancas que se robaron del tender! Ahora nos desayunamos que además “siempre tienen hambre”. Así nos instruye José María Marcos en el libro de cuentos intitulado Los fantasmas siempre tienen hambre.
A lo largo de once cuentos, los fantasmas de Marcos nos asustan, nos entretienen y a veces hasta nos sacan una sonrisa. Porque el autor cultiva no solo el género de terror, sino también el de la comedia negra.
Es más, podría decirse que incluso en los cuentos propiamente de terror —para el que sepa leer entre líneas— suele haber alguna reflexión donosa puesta como de paso, como si se hubiese caído del bolsillo del autor sin que éste se diese cuenta. Por ejemplo, en el cuento “La muerte de Rocky”, que trata sobre el espanto que causa en un hombre la historia de un niño que torturaba y asesinaba a sus víctimas luego de robarles, cuando el hijo del personaje en cuestión le pregunta por qué a la gente la ponen en un cajón cuando se muere, él contesta: “Porque es la manera de llegar al cielo. Es como tomarse un colectivo, pero con boleto de ida”. ¡Qué gracia! ¡Qué gracejo tan delicioso en medio de esa historia espeluznante!
Hay una idea recurrente en las historias de Marcos que apela particularmente a la atención del lector: la noción de que en el cosmos hay ciertos roles y que cuando la persona que los ejecuta muere, otra, que de alguna manera estaba conectada con la anterior, se ve impelida ineludiblemente, trágicamente, a ocupar ese rol. Eso sucede, por ejemplo, en los cuentos “Ceguera” y “Un ángel de la guarda”; además de en su novela Recuerdos parásitos (en coautoría con Carlos Marcos).
Finalizando, un cuento que no tiene desperdicio y que seguramente se convertirá en un clásico de la literatura fantástica argentina, como “El almohadón de plumas”, de Horacio Quiroga, y “La lluvia de fuego” de Leopoldo Lugones, es “Resaca”: una jocosa mirada al mundo de los aliens y las invasiones extraterrestres.
Por último, debe señalarse que Marcos despliega todo su talento como un narrador eficaz, capaz de componer personajes, situaciones y ambientes claramente definidos y hasta entrañables.