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Clarín-Viva | Enrique Medina: el escritor que transformó su infancia terrible en una obra clave

ENTREVISTA A ENRIQUE MEDINA. Revista Viva, Clarín, domingo 3 de julio de 2022. Se cumplen 50 años de la edición de su novela autobiográfica Las tumbas. A los 86 años, el autor, que recorrió el mundo y recibió a Rita Hayworth en su casa, sigue muy activo. Entrevista de Alejandro Duchini, con fotos de Fernando de la Orden. Gracias, Alejandro Duchini y Horacio Convertini, por una entrevista con recuerdos, reflexiones, emoción y los proyectos del admirado Enrique Medina. La nota puede leerse online. 


Nota completa aquí.
Enrique Medina: el escritor que transformó su infancia terrible en una obra clave 

Este mes se cumplen 50 años de la edición de su novela autobiográfica Las tumbas. A los 86 años, el autor, que recorrió el mundo y recibió a Rita Hayworth en su casa, sigue muy activo.

30/06/2022 | Clarín.com | Revista Viva | Por Alejandro Duchini

Es emotivo compartir café y escuchar, al borde del llanto, a un hombre de 86 años que recuerda una noche de cuando era niño y percibió el clic interior que todos, antes o después, tenemos: “Yo tendría unos 8 años y me puse a llorar… ¿sabés por qué lloré? Porque en ese momento tomé conciencia de que servía para algo”.
Enrique Medina, el autor de Las tumbas, libro emblemático de la literatura argentina, hace silencio y respira profundo. Quiere evitar lágrimas. “La puta que lo parió, debe ser la edad”, susurra, los ojos brillosos, la sonrisa forzada.
La emoción le viene por el recuerdo de una noche en que se escapó de un instituto de menores en el que vivía. Se escapó para ver por sí mismo, en las vidrieras de la legendaria Tienda Gath & Chaves, en la calle Florida de la ciudad de Buenos Aires, un mueble de mimbre que había hecho él.
Después de mirar como solo los pibes pueden mirar algo por primera vez, algo que los marcará para siempre, Medina volvió a dormir al instituto.
“Mi verdadera profesión es mimbrero. Es la que aprendí en los talleres de las tumbas (así se les decían hace más de 70 años a los institutos de menores). Había talleres de mecánica, de electricidad, de todo lo que te daba chances de encontrar trabajo”, explica.
Las tumbas, la durísima novela en la que Medina cuenta su experiencia en aquellos institutos, cumple 50 años. Se publicó en julio de 1972 y no paró de agotarse ni de reeditarse. Fue censurada en tiempos de la dictadura militar junto a otros libros suyos: El Duke (1976) y Perros de la noche (1978).
Habrá una edición aniversario a cargo de Editorial Catalpa. Por su parte, la editorial Muerde Muertos publicará este año el guión cinematográfico, que no es el que llegó a las pantallas a través de Javier Torre, en 1991. A la vez acaba de publicar un libro de relatos, La ciudad dorada.

Un cajón de manzanas

En el verano del 37/38 una mujer cuida a su recién nacido en el Hospital Rivadavia. Quiere alargar la estadía porque en el Rivadavia hay buena cama y mejor comida. Pide, cada día, un día más.
Intenta demorar el regreso al cuartito de pensión sin baño que alquila un boxeador amigo de su marido y que les cede un pequeño espacio separado por una cortina.
Su marido, el padre del chico, también es un boxeador sin cartel; alguna pelea en el Luna Park pero no más que eso. “Mi mamá entendió que en esas condiciones no había futuro”, dice aquel pequeño que ahora es un tipo grande, que viajó y viaja por el mundo, que trabajó en el cine y la televisión, que escribió libros y ganó premios y reconocimiento.
Que se codeó con Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges, entre otros. Que estuvo (¡dos veces!) con su admirada Rita Hayworth. Que hizo amigos. Que tiene tres hijos. Que de aquella pobreza extrema llegó a comprarse una casa y que ahora, cuando lea estas líneas, es posible que vuelva a emocionarse por los recuerdos que siempre vuelven pero nunca se van.
A ese padre, del que no mencionará el nombre (“¿para qué?”), volvió cuando escribió su libro sobre Gatica. “Lo hice imaginándolo a él, y se lo dedico, claro”, lagrimea. Hasta ese libro hay un bache, una ausencia, porque su madre lo agarró, aún lactante, y se lo llevó a un destino menos pobre.
“A la semana de nacer, mi vieja me cargó a mí y a una pequeña valija y salió sin rumbo. Ahí apareció la familia Pons, en la calle Doblas 153. Que Dios los tenga en la gloria. Y la otra familia fue la de los Sardá, en la calle México, en Once. Trabajé con el padre pintando casas. Me enseñó a empapelar comedores y dormitorios, todo un arte; me dejaron formar parte de la familia”.
“Mi madre siempre me decía: ‘nunca olvides que tu cuna fue un cajón de manzanas y tus cobijas, diarios viejos’.”. Después empezó el desfiladero por los institutos de menores.

Por las tumbas

“La gente pobre metía al pibe ahí, porque tenías médico, comida, ropa limpia, cama, educación —recuerda Medina—. El primer lugar era de distribución y de ahí te mandaban a un instituto según tus necesidades”.
Estuvo en cuatro. “No los conocíamos por sus nombres sino por el lugar: Mercedes, Pilar, Marcos Paz, y así. Cuando me fui a aplicar la cuarta dosis de la vacuna contra el Covid, me tocó ir cerca del Parque Chacabuco. Y di una vuelta por la calle Curapaligüe, donde ahora hay uno llamado San Martín. En mis tiempos se llamaba Almafuerte. Pude ingresar y juro que me conmoví. Una mujer policía me sacó una foto contra el mismo muro donde 50 años antes me la habían sacado para la tapa de la primera edición de Las tumbas. Fue estremecedor”.
“Ahora todo es edificios, pero antes era campo. Jugábamos ahí. Una vez jugamos con la Máquina, de River. No sé qué pasaba en la cancha de River y entonces los jugadores, con Alfredo Di Stéfano, vinieron a entrenar. Jugamos un picadito con ellos. Nada serio. Imaginate, nosotros, pibes encerrados que de pronto teníamos a nuestros ídolos…”, se ríe.
En esos años de tumbas solo salió dos veces. Una, para jugar un partido de fútbol. Otra, en el '55, cuando los que tenían buena conducta gozaban de salidas transitorias. Ya crecido, Enrique quería ser pintor y estudiaba bellas artes. Pero en los tiempos de aquella salida todo se torció: “Cae Perón, ¡se arma un quilombo! Todo era un quilombo”, recuerda.
Y agrega: “En los institutos aprendí a sobrevivir y a ser leal, noble y solidario. Condiciones que aún hoy mantengo con orgullo. Aquello que se aprende desde chico es difícil que se olvide, porque sería olvidarse de uno mismo”.

Libertad, una hermana soñada

Una vez egresado, siguieron los sábados a la noche en la cancha de Ferro para ver carreras de autos midget, una visita a la vieja cancha de San Lorenzo para ver un partido en el que jugaba quien, para él, fue el más grande de todos, “el Charro José Manuel Moreno”.
No se olvida del cine Lezica ni de sus trabajos tirando cajones en la Coca Cola o en la fábrica de Jabón Federal. Tampoco de la Ballester-Molina, “donde hacía el agujero a la pistola 45, el arma más noble de ese tiempo que usaba la policía”.
Incluso llegó a vender lotes de tierra. Fue empleado gráfico y sería marionetista. Por una casualidad conoció a Borges y Borges le consiguió empleo en la librería Mackern’s, “en Sarmiento 525”, recuerda. “Nunca me animé a tutearlo”, se ríe. “Pero lo que más bronca me dio y me sigue dando es que no conocí a Victoria Ocampo. Conocí a todos menos a ella”.

Enrique Medina, escritor

Fue asistente de cámara del director Teo Kofman. A él le contó su idea de hacer un ensayo sobre su experiencia en los institutos de menores. Kofman lo invitó a ir más allá del sueño: le dijo que mejor escribiese una novela y que él la filmaría.
En los ‘60, Medina tuvo su etapa de viajero: “Sin un peso en el bolsillo pero con la ilusión de ser un director famoso en Hollywood”. Viajó por Latinoamérica “con una mano atrás y otra adelante. Quería llegar a México y entrar a Estados Unidos”, añora. “Éramos tres. Uno quería ser cantor, otro actor, y yo, que quería dirigir”.
Una vez en México cada uno debía pagar mil dólares para ingresar clandestinamente a los Estados Unidos. “Pero volví. Arrugué. Los otros dos siguieron y yo no me animé. En ese momento me agarró una congoja terrible. Si pasaba, capaz que era un director famoso. Arrugué porque pensé en mi mamá. Hacía años que estaba fuera del país y si quería ganar plata tenía que estar al menos cinco años más para ahorrar".
"Implicaba mucho tiempo sin volver. Me volví solito, como un pelotudo, haciendo dedo, viajando en trenes, en barco, sin un mango. Yo estaba con la lengua afuera. El embajador argentino en Panamá me ayudó con plata y gracias a él pude volver en un avión carguero. Aún siento culpa porque nunca le agradecí. ¡Me hacés emocionar mucho, viejo!”
Poco antes de cumplir 30 años deambulaba por Montevideo con una compañía de teatro. “Tan mal estábamos que vivíamos en los camarines porque no teníamos dinero ni para el hotel más berreta. Y ahí escribí mis dos primeras novelas. Solo ángeles, en la mañana; era un cuaderno de un marginal donde se anotaban los hechos del día anterior. Y Las tumbas, por la tarde, antes de la función. Quería liberarme de los fantasmas de mi infancia y adolescencia”. 
Lo que sería un ensayo se convirtió en una novela que influiría en varias generaciones. “Hasta Las tumbas, ni aun mis mejores amigos tenían idea de que estuve encerrado diez años”.

Salir al sol

Ahora, en un bar, Enrique cuenta algunos de sus secretos para estar bien a sus 86. “Me mantengo porque tengo una ruta, una rutina, hacer cosas, seguir trabajando, ver gente, mantenerme activo, no abandonarme”. Está a punto de viajar a Francia, donde viven sus dos hijos. En Buenos Aires vive su hija mayor. “Se quiere ir a vivir a España”, se resigna.
Algo que no puede cambiar, cuenta, es su desorganización. La explicará con unos mails en los días posteriores a esta charla, cuando lamente no encontrar tantas fotos. Sin embargo, le alegra encontrar y reenviar las de Luis Sandrini, Ernesto Sábato, Manuel Puig, David Viñas, Isidoro Blaisten, Marta Lynch, Silvina Bullrich, Abelardo Castillo, Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Abelardo Castillo, Manuel Mujica Láinez, Antonio Carrizo y tantos más.
“Soy muy despelotado y los cambios de compu, de archivos de cartón a CD, y de ahí a pendrive, las cosas se van perdiendo, porque uno va sumando y hace más archivos para ordenar mejor, pero luego uno se da cuenta de que hay cosas repetidas y sin querer borra un archivo equivocado y…”.
Rita Hayworth vino y vio en mi casa una foto enorme que yo tenía de ella. Le gustó y hasta creo que se emocionó”.

Enrique Medina, escritor

No es religioso pero en el balcón de su departamento, en un piso 19 que le permite ver el Río de La Plata, hay una imagen de Cristo, a quien nunca le pidió nada, “salvo cuando era chiquito”.
Vean por qué viene a cuento lo del Cristo: “Con el tiempo, y más siendo un espíritu libre como fui yo, que viajé por todo el mundo sin un mango, me di cuenta de que tengo un dios aparte. No quiere decir que me está cuidando. Es un dios que uno inventa, con el que dialoga. Aprendés a llevarte bien con él y a escucharlo. Esa otra pata, que vendría a ser ese dios, te ayuda a pensar más o menos bien. Y siempre le doy gracias por el día que vivo. Todos los días llego a casa, voy al balcón, toco el Cristo…”.
Entonces deja caer las manos sobre la mesa, empuja su silla hacia atrás y dice: “¿Así que te dijeron que yo era un lindo personaje para entrevistar? Salgamos a caminar que te cuento la de Rita Hayworth”.
Enrique Medina era uno de los tantos admiradores de Rita Hayworth, ícono de los mejores tiempos del cine de Hollywood, donde él soñaba triunfar. “La conocí en 1976, cuando ella viajó a Buenos Aires”. Andrés Percivale, que sabía de su admiración hacia ella, la convenció para que fuera a la casa de Medina, con la excusa de que quedaba camino al Sheraton, donde se hospedaba.
“Vino y vio una foto enorme, casi de tamaño natural, que yo tenía de ella. Le gustó y hasta creo que se emocionó”. En ese encuentro, recuerda Medina, hablaron largo rato: “Yo, con mi inglés precario, salvé el puchero. La gente creía que ella hablaba español por su padre español. Sólo ‘adiós’ sabía decir”.
La historia continuó al año siguiente, cuando se encontraron en Manhattan por intermedio del escritor argentino Manuel Puig. “Esa vez fui yo a su casa. Una historia hermosa y emotiva para mí, claro, imaginate, de las tumbas a Rita... ni hablar…”.