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Útero de cemento | Frases imprevistas, fuertes, que chocan como sólo choca la verdadera poesía

Reseña de Útero de cemento (Muerde Muertos, 2021), de María Sola |  Por Carlos García (Hamburg)


María Sola es una artista plástica, autora de numerosas obras expuestas y premiadas en Argentina y en Europa. También es una codiciada remodeladora de casas desde hace un largo decenio.Sin embargo, se dedica a escribir, y lo hace como si lo hubiera hecho siempre, como si ese fuera su único, su verdadero métier.
Hasta donde alcanzo a ver, este es su segundo libro; el primero se tituló Mujer deshabitada, apareció en la misma editorial en 2019, y también merecía un elogioso comentario. Digo “también”, porque me dispongo a hacer uno del libro actual.
El volumen consta de tres partes, entrelazadas entre sí, pero a la vez independientes. El texto principal es una serie de relatos breves (en general, de una a tres páginas), que se ve interrumpida aquí y allá por dibujos de la autora y por frases sueltas. Ya en Mujer deshabitada había incluido María Sola reproducciones de algunas pinturas suyas, que sólo en algunos casos guardaban relación ostensible con los textos. Aunque admiro su arte, y aunque se podría (y quizás debería) estudiar en detalle la relación entre los tres componentes, prefiero ocuparme aquí de los relatos, el indiscutido centro de gravedad de los libros de María Sola.
Dos cosas llaman la atención al leerlos (hablo en plural, porque ambos libros tienen varias virtudes en común). 
Por un lado, la naturalidad con que María Sola instala delante de nuestros ojos, como un avezado mago, mundos o situaciones fantásticas, absurdas, a menudo oníricas. Nos deslizamos ingenuamente en sus trampas una y otra vez, sin siquiera advertir, hasta que ya es muy tarde, que por imperio de su prosa hemos depuesto nuestra creencia en lo racional, en lo previsible y mensurable de la realidad. 
Por otro lado, la intensidad del lenguaje. En pasajes de tranquila y cotidiana prosa deslumbran de repente frases imprevistas, fuertes, que chocan como sólo choca la verdadera poesía.
La mera realidad no es el reino de María Sola: sus textos la amplían, la hacen porosa, la suplantan, la descomponen y rearman a otro nivel, más profundo, más alto. Corre sangre por sus libros. Hay ritos de pasaje que llevan a otra vida o a ninguna. Hay parentescos dañados y dañinos. Hay admiraciones y odios. Fantasmas reales e imaginarios. Cuentas pendientes, que no siempre cierran. Hay cuerpos mutilados, metamorfoseados, y hay sueños rotos. Hay letras vagabundas y caprichosas, instrumentos y ventanas. Común a todos los adminículos y requisitos es que sirven para apuntalar algún delirio. María Sola nos lleva, ella misma sonámbula, a nosotros, sonámbulos por virtud de su estilo, a parajes rutilantes o desalentadores. 
En los sueños o pesadillas que integran Útero de cemento, la materia se funde con la carne o con la mente sin el menor problema. Un buen ejemplo de ello es la bella, terrible y breve prosa titulada “Hambre”:

Ya se fueron todos.
Recojo las sobras de los platos y las pongo en la olla negra del olvido.
Mientras se calienta voy revolviendo, huele rico, como directamente de ahí.
Se acaba y sigo raspando con mi cuchara, tanto, que ya comienza a verse el brillo del aluminio.
Me miro en el fondo como en un espejo y sigo comiendo la viruta.
Ahora, con la panza plateada, me siento llena de resplandores.   

La consuetudinaria ama de casa se transforma ante nuestros ojos en un ser calmamente desesperado, que se trasciende hasta hallar redención del yugo, del mero subsistir en un papel. En la ficción, esa hambre es real y es metafórica a la vez. La mutación, para mejor o para peor, es uno de los leitmotivs del libro. Lo que queda intocado es la alta factura de los textos: joyas minúsculas, pero deslumbrantes. 
(Hamburg, 8-03-2022).