Por Cecilia Rodríguez | Sábado 30 de diciembre de 2017 | La Izquierda Diario
La Editorial especializada en literatura fantástica, de terror y erótica, Muerde Muertos, reeditó, a 10 años de su publicación, el Manual sadomasoporno (ex tractat) de Alberto Laiseca. La contratapa —que debajo de esta nota se publica completa— está escrita por Selva Almada y cuenta precisamente la historia de cómo este libro —inusual en la obra de Laiseca— vio la luz, siendo ella una de las principales responsables.
Sadismo es amor
Los hermanos Marcos, a cargo de una más que interesante colección (que se puede consultar en el blog) y fundadores del sello que ahora reedita la obra, nos dicen:
“Danzando una imaginería popular sumamente argentina, Laiseca empuña la picaresca, la caricatura, la poesía burlesca, el disparate y el esperpento como mecanismos de un realismo delirante que pone a lo establecido en la cuerda floja.
Viaje “desde lo oscuro hacia lo luminoso”, el comienzo de este libro es una promesa y también una advertencia: “Sadismo es amor. Masoquismo es ternura. Vampirismo es protección. Por el culo no es incesto. Una sola vez no preña (licencia poética)”. Lo cual, en lenguaje laisequiano, quiere decir algo así: “Abandone todos sus prejuicios antes de entrar a mi castillo gótico. Si lo hace, saldrá beneficiado. Se lo aseguro. Confíe en este Viejo Vizcacha del sadomasoporno”.
La edición no podría ser más fiel al texto: se tiene el libro en la mano y se tiene un cuaderno de anotaciones y dibujos de un sádico extraño. Es un “libro objeto”, como lo definió Selva Almada antes de que existiera como tal. Uno entra ya con la sensación de haber robado ese cuaderno del escritorio de un maniático y se dispone a leerlo en el más pleno secretismo (o, en mi caso, ante miradas absortas en una sala de espera).
Laiseca logra que uno no sepa si reír u horrorizarse, calentarse o indignarse, afirmar o rechazar. No es un libro para un lector que espere sensaciones sencillas ni transparencia ideológica. Si “sadismo es amor”, misoginia puede ser feminismo. La ideología del autor solo se encuentra sutilmente, sopesando los contrarios en una balanza y viendo a donde se inclina en los momentos claves del texto. Laiseca nos obliga a reconstruir el contenido ideológico de lo que dice y con esto, no nos obliga a acordar con él: nos obliga a pensar qué pensamos, cuál es nuestra postura, cuál es nuestra relación específica con la violencia, con la sexualidad, con el deseo, con el amor.
Para el lector especializado, hay decenas y decenas de detalles, citas, reescrituras de sus propios textos y de otros (por ejemplo —spoiler alert— dos finales alternativos para Berenice de Edgar Allan Poe). Para el lector no especializado, hay decenas y decenas de recomendaciones de lecturas (y torturas varias). Para el que quiera escribir, un pequeño manual de recursos formales extraordinarios para decir mucho con poco.
Sin desperdicio alguno, se lo recomienda y se lo deja en manos de Selva Almada y la contratapa a la edición de Muerde Muertos.
Nace el Manual sadomasoporno
Lai siempre tenía sobre el escritorio una pila de hojas de resma A4, allí, en completo desorden, anotaba desde ejercicios de escritura hasta turnos con el médico o con el veterinario de sus animales, citas y reuniones, recordatorios de llamados telefónicos que debía hacer y, por supuesto, fragmentos o ideas para futuros cuentos.
Así comenzó la escritura del Manual sadomasoporno: una noche llegamos al taller y nos dijo que iba a leernos un decálogo sadomasoquista que se le había ocurrido esa tarde. Revolvió la pila de hojas, llenas de arriba abajo por su letra enorme, de bordes afilados, y empezó a leer mientras se interrumpía a sí mismo con grandes carcajadas. A la semana siguiente tenía más anotaciones que nos leyó y ala siguiente otras más. Creo que fue entonces cuando lo miré por sobre el desorden monumental de su escritorio y le dije: podría escribir un libro con esos textos, un libro objeto, los textos y algunas ilustraciones, un libro corto, algo inusual dentro del resto de su obra. Él me miró interesado, pero enseguida me dijo: ¿pero quién va a querer publicar algo así, querida? En ese entonces con unos amigos teníamos un sello pequeñísimo que se llamada Carne Argentina, así que lo miré de frente, envalentonada, y le dije: yo se lo voy a publicar.
Él se rio y supuse que no me estaba tomando en serio, pero a la semana siguiente el borrador del Manual ya tenía su propia pilita de hojas. Cuando llegué a su casa, golpeó los papeles con un dedo y me dijo: le hice caso y lo estoy escribiendo.
Selva Almada